Macbeth: una adaptación ágil y hermosa

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Adaptar una obra de Shakespeare al cine nunca es una tarea fácil, aunque siempre hay directores que disfrutan de dicho reto, tanto así que lo hacen más de una vez. Si no, pregúntenle a Kenneth Branagh, cuya versión de Hamlet, respetuosa del texto original y de cuatro horas de duración, sigue siendo una de las adaptaciones más ambiciosas y efectivas de una obra del Bardo.

El director australiano Justin Kurzel, sin embargo, es una primerizo cuando se trata de este tipo de cintas—su único largometraje antes de Macbeth fue The Snowtown Murders, un thrillerinnegablemente intenso, y su siguiente producción será la adaptación al cine del videojuego Assassin’s Creed, protagonizado también por Michael Fassbender y Marion Cotillard, su Macbeth y Lady Macbeth, respectivamente. Al ver el filme, no obstante, uno jamás pensaría que se trata de un director de poca experiencia—intensa, violenta y bellísimamente fotografiada, Macbeth es una de las experiencias cinematográficas más interesantes y cautivantes que he tenido este 2015.

La historia se desarrolla en Escocia del siglo 11. Macbeth (Fassbender) un gran guerrero y el Thane de Glamis, recibe una profecía de parte de las Tres Brujas (o cuatro, en el caso de esta película), quienes le dicen que un día será Rey. Al regresar a casa de la guerra, su esposa (Cotillard) lo convence de acelerar el proceso, por lo que termina matando al Rey Duncan (David Thewlis) y tomando la corona. Sin embargo, Macduff, el Thane de Fife, comienza a sospechar de las actitudes algo errantes del nuevo (y alocado) monarca.

No pretendo resumir la obra ni mucho menos—estoy seguro que la mayoría de mis lectores están familiarizados con la trama, ya sea porque leyeron el texto en el colegio (como yo), o porque vieron alguna de las adaptaciones previas (siendo las más interesantes la controversial cinta de Orson Welles de 1948, o la versión de 1971 de Roman Polanski). Lo que importa es que esta nueva producción hace un gran trabajo al resumir una obra tan compleja—la película de Kurzel dura poco menos de dos horas, cosa que me sorprendió inicialmente, e hizo que tenga mis reservas a la hora de entrar a la sala de cine.

Sin embargo, resulta que no tenía de qué preocuparme. Es cierto que esta nueva versión de Macbethavanza algo rápido, quitándole protagonismo a algunos personajes mucho más relevantes en la obra original (como Banquo, interpretado acá por el siempre excelente Paddy Considine), pero esto también hace que la trama sea menos compleja. Se trata de una película que, como cualquier buena adaptación, condensa y cambia lo necesario de la historia original para desarrollar un producto digerible pero fiel a su fuente de inspiración. Es posible presentar una copia casi exacta de una obra de Shakespeare en el cine (véase la anteriormente mencionada versión de Hamlet de Kenneth Branagh), pero no se puede negar que hacer una adaptación más fiel en espíritu que en forma puede resultar en una película más ágil y entretenida.

También ayuda el que Kurzel, junto con su director de fotografía Adam Arkapaw, nos presente un filme absolutamente bello e impactante a nivel estético. La Escocia de esta película es realista y sucia, llena de lodo y humo y fuego y polvo, lo cual le otorga mucha textura a cada encuadre y hace que el público realmente se sienta parte de la historia. El clímax, inundado en rojos y lleno de tomas a contraluz, crea una estética realmente hermosa, transmitiendo de forma inmediata la furia y la violencia de la lucha. Si hay una película que realmente merece ganar incontables premios por su dirección de fotografía, es Macbeth.

A pesar de su aparente realismo, los aspectos más sobrenaturales de la obra no han sido dejados de lado. Las tres—digo, Cuatro Brujas tienen un rol algo breve pero importante, y la visión que tiene Macbeth a través de ellas (“Macbeth! Macbeth! Beware Macduff. Beware the thane of Fife”) es escenificada de manera surreal y casi hipnotizante. La decisión de agregar a una bruja más, una niña, podría enojar a los fanáticos más puristas de la obra del Bardo, pero no se puede negar lo impactante que resulta a nivel visual, especialmente cuando estos personajes aparecen por primera vez.

Fassbender, uno de los mejores actores de su generación, interpreta a Macbeth de manera apasionada, al principio como un valiente guerrero lleno de dudas, y como alguien que ya tiene un poco de oscuridad en su alma. Es por ello que su eventual degeneración es fácil de creer, especialmente cuando Fassbender comienza a transmitir la locura del personaje con mayor intensidad, pero sin llegar jamás a la exageración. Su acento Escocés es un poco débil (especialmente comparado al del Macduff de Sean Harris) pero es algo que se puede perdonar gracias a la fortaleza de su actuación.

Como Lady Macbeth, Marion Cotillard es igual de cautivante, a pesar de que, por momentos, parece tener problemas con algunos de sus diálogos; después de todo, se trata de una actriz francesa tratando de hablar inglés Shakespereano. Como Macduff, Sean Harris le otorga furia y severidad a la historia; el Banquo de Considine es adecuadamente cohibido, y el gran David Thewlis, un actor subvalorado a quien siempre disfruto ver en el cine, interpreta al Rey Duncan como un monarca justo y respetuoso, lo cual sirve mucho para que su inevitable escena de muerte sea más triste.

La banda sonora de Jed Kurzel, hermano del director, ayuda a completar el tono sombrío y casi de ensueño de la película. Favoreciendo las cuerdas y sonando casi rústica (algo apropiado para la época en la que se desarrolla la cinta, me imagino), la música es especialmente efectiva en las escenas más perturbadoras (las muertes, las apariciones de las brujas) y en las magníficas tomas en súper cámara lenta, las cuales causaron un par de risas en la sala de cine (principalmente de parte de un grupo de adolescentes inmaduros) pero que en mí generaron sorpresa, dejándome con la boca abierta y sin respirar.

Macbeth podría resultar algo frustrante para aquellos que esperan ver una adaptación 100% fiel al texto—esta cinta cambia algunos diálogos, corta algunas escenas y modifica un poco la estructura de la historia, todo para poder contar la trama de la obra de forma económica e impactante en menos de dos horas. Las actuaciones son espléndidas, visualmente es una maravilla, y a pesar de moverse bastante rápido y estar hablada en inglés Shakespereano, la película jamás deja de entretener. Quizá para algunos las versiones de Welles o de Polanski sean superiores, pero pocos podrán negar lo poderosa y efectiva que resultó ser esta última adaptación. Estaré esperando el estreno de Assassin’s Creed con ansias.

Avance oficial:

88%
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