Warcraft: un paso en falso para Duncan Jones

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Una de mis pasiones aparte de cine está en el mundo de los videojuegos—me gusta escribir sobre ellos, al igual que las películas, y aunque por cuestiones de tiempo no juego tantos ahora como cuando era adolescente, todavía les dedico algo de tiempo. Sin embargo, y a pesar de haber probado varios juegos en varios formatos, nunca tuve la oportunidad de meterme en el mundo de Warcraft. Es por ello que fui a ver la adaptación cinematográfica dirigida por Duncan Jones (MoonCódigo Fuente) con la mente abierta—no sabía qué esperar porque no tenía referencias de los juegos, y consideraba que, a pesar de que los trailers no eran tan buenos, un director tan talentoso como Jones podría sorprenderme.

Y fue precisamente eso lo que hizo—solo que no de la manera que me hubiese gustado. No, Warcraftno es un desastre como muchos otro críticos han manifestado—no se trata de la peor película del año, ni mucho menos. Es más, ni siquiera se trata de la peor cinta basada en un videojuego que jamás se haya hecho. Pero lo que  es Warcraft es una película frustrante, mediocre, con mucho potencial que lamentablemente Jones no supo cumplir.

La trama no es particularmente complicada, aunque demora un poco en agarrar tracción. Toby Kebell interpreta a Durotan, un orco que, junto a su tribu y muchos otros guerreros más, viaja a través de un portal al mundo de Azeroth bajo el comando de Gul’dan (Daniel Wu). ¿Su objetivo? Colonizar y destruir a quienes se pongan en su camino. Lamentablemente, quienes terminan poniéndose en su camino son los humanos, que bajo el liderazgo del Rey Llane Wrynn (Dominic Cooper) harían de todo para proteger a los que más quieren. Sin embargo, Gul’dan tiene algo que los humanos no: una magia maligna, la cual requiere vida para poder mantenerse, razón por la cual los orcos van adquiriendo muchos prisioneros humanos.

En medio de todo este conflicto se encuentran Garona (Paula Patton), una mestiza que se aliará con Llane; Lothar (Travis Fimmel) un soldado humano, fiel al Rey y muy valiente, que peleará en la guerra contra los orcos; Medivh (Ben Foster), el mago Guardián, encargado de proteger el reino de Azeroth, y Khadgar (Ben Schnetzer), un aprendiz de mago que ha desertado, pero que sin embargo quiere hacer algo para ayudar al rey a combatir la presencia de la magia maligna (representada por el color verde).

El problema principal de Warcraft está en la edición. Estoy casi seguro que el guión original con el que trabajó Jones hubiese resultado en una película de dos horas y cuarenta minutos de duración, aproximadamente; desafortunadamente, Warcraft dura solo dos horas (algo corta para una producción de esta envergadura), por lo que el producto final se siente apresurado, caótico. Los primeros treinta minutos de metraje son vertiginosos, presentándonos información nueva cada dos minutos a través de escenas cortas y diálogos breves, sin dejarle tiempo al público para que respire o pueda absorber la historia y el desarrollo de los personajes.

Y el resto de la película, aunque con un ritmo algo mejor, igual sufre de un pobre trabajo de montaje. Muchas escenas se sienten incompletas, como si hubiesen sido cortadas a la mala para poder tener un filme más pequeño; varias reacciones son brevísimas (o incluso están ausentes), y algunos momentos tranquilos se pierden en medio del caos de las batallas o los efectos especiales. En general, Warcraft se siente como una cinta editada a la mala para poder apaciguar las exigencias de un estudio que posiblemente quería un filme corto, fácil de vender a las masas. Me encantaría ver una edición del director o versión extendida con todas las escenas que fueron eliminadas.

Visualmente, la cinta es un cajón de sastre. Los efectos digitales y tecnología de captura de movimiento utilizados para traer a la vida a los orcos funcionan de maravilla en los planos más cerrados, e incluso en planos medios—el detalle en los rostros de estos personajes, el brillo y la textura de su piel, el sudor que recorre sus cuellos y sus frentes, es simplemente impresionante. Lamentablemente, no se ven igual de bien en los planos más abiertos, en los que sus movimientos se sienten más caricaturescos y exagerados.

Además, hay un par de decisiones técnicas que simplemente no siento tengan un buen fundamento. Por ejemplo, ¿cuál era la necesidad de hacer que los enanos sean digitales? No se ven particularmente realistas, y son un tipo de personaje que muy bien hubiesen podido ser interpretados por actores maquillados y bien caracterizados (como en la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, e incluso en la de El Hobbit). Muchos paisajes y fondos se ven exageradamente digitales también, restándole algo de verosimilitud al mundo que Jones está tratando de presentarnos, y haciendo que el público se sienta más en el interior de un videojuego (heh, sí, yo sé) que en un mundo real (o al menos creíble).

Esta falta de verosimilitud también puede ser relacionada, nuevamente, a la pobre edición. Si hay algo que hacía muy bien la trilogía de El Señor de los Anillos, era dar una palpable sensación del paso del tiempo. La Tierra Media se sentía grande, enorme, porque ir de un lugar a otro tomaba tiempo—Gandalf se demoró en llegar hasta Saruman por primera vez; la Comunidad se demoró más de media película en llegar solo a Rivendell, y en general las tres películas nos cuentan la historia de un gran (y épico) viaje.

Puede sonar injusto, pero en Warcraft sucede todo lo contrario. Todos los personajes viajan con una rapidez envidiable de un lugar a otro (Medivh no cuenta; él se puede teletransportar), ya sea en caballo o en pájaro o a pie. Tanto así, que Azeroth termina por sentirse como un lugar enano; solo da la impresión de que existen cuatro lugares: el castillo del Rey, el campamento de los orcos, el lugar donde vive Medivh, y la ciudad flotante de los Kul Tiran. Esto le resta mucha magnitud a la historia y al contexto en el que se desarrolla, logrando que Warcraft se sienta más como un intento fallido que como una verdadera película épica. Las transiciones abruptas entre escenas y las elipsis frecuentes definitivamente no ayudan.

Sin embargo, no todo es malo. De hecho, no odié la cinta; las escenas de acción están expertamente realizadas, por ejemplo. La brutalidad de los orcos se siente cada vez que utilizan un arma o le pegan a alguien, y hay escenas que desarrollan tensión de manera muy efectiva. Adicionalmente, las actuaciones no están del todo mal, aunque admito que algunas están en registros diferentes. Como Durotan, Toby Kebell le otorga humanidad (heh) y sentimiento a un personaje potencialmente ridículo. Paula Patton es creíble como Garona, vulnerable pero fuerte en el campo de batalla. Dominic Cooper se ve algo joven para ser Rey, pero no molesta en un rol simple pero importante (eso sí, el diseño de su armadura es espectacular).

Travis Fimmel, no obstante, parece ser el único actor en divertirse. Mientras que el resto del reparto se toma todo absolutamente en serio, Fimmel actúa la mayor parte del tiempo con una sonrisa en el rostro, interpretado a Lothar como alguien sarcástico pero leal. Se trata de una interpretación enérgica y divertida, algo a lo que la cinta definitivamente le hacía falta.

Warcraft no es el desastre que muchos críticos habían estado despedazando, pero definitivamente es una oportunidad desperdiciada. Alguien tan talentoso como Duncan Jones tenía el potencial de desarrollar una historia interesante y visualmente impactante pero, al ser un fanático acérrimo del juego, quizás se dejó llevar por el cariño que le tiene a su fuente de inspiración. Sé que a la mayoría de fanáticos no les gustaría escuchar esto, pero Warcraft se hubiese beneficiado al tener una estética más diferente a la del juego, al tratar de presentar una historia completa (sí, el final es abierto, para variar) y coherente en vez de solo satisfacer a los grupos del fandom que querían ver un “copiar-pegar” del juego y nada más.

Warcraft es un filme inconsistente, el cual estoy seguro le gustará a muchos fanáticos del juego, pero a pocos más. Ahora que Jones ha sido (parcialmente, debo admitir) derrotado por la “maldición de las adaptaciones de videojuegos”, solo nos queda esperar a que se estrene la película de Assassin’s Creed. En Justin Kurzel y Michael Fassbender debemos confiar.

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