Siete Semillas

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Al ser una producción de Tondero, muchos juzgarán a Siete Semillas de manera más severa. Acostumbrados a que nos traigan películas comerciales y de pocas ambiciones (a pesar de haber producido, también, filmes de interés como Magallanes o la fascinante El elefante desaparecido), no estarán dispuestos a darle una oportunidad a pesar de que, claramente, tiene mucho más qué decir que un Asu Mare o un A los 40.

Lo cual no quiere decir que sea un excelente película, claro está. De hecho, es bastante previsible y estereotípica. Pero al menos tiene un mensaje bienintencionado y buenas actuaciones, lo cual es mucho más de lo que uno podría decir de sus películas comerciales previas. Bien actuada y técnicamente impecable, Siete Semillas es una película entretenida capaz de sorprender solo al más novel de los espectadores, presentando una historia inofensiva pero llena de clichés.

Carlos Alcántara interpreta a Ignacio Rodríguez, gerente de una empresa de exportación textil que vive absorto en el trabajo, lo que genera una inevitable crisis empresarial y personal en él, que lo lleva al hospital. Tras este episodio, su hermano (Marco Zunino) lo recomienda visitar a un guía espiritual (Javier Cámara), iniciando un recorrido de aprendizajes que lo llevarán a encontrar la paz interior que necesitaba.

Para disfrutar al máximo de Siete Semillas, es necesario “creerse” el concepto de espiritualidad y autoayuda desarrollado tanto por la película, como por el libro de David Fischmann en el que está basada. Es necesario creer que la técnica propuesta por el guía espiritual funciona, y es necesario creer que dicha ayuda es superior a cualquier terapia que un buen psicólogo podría ofrecer. Desafortunadamente, yo no me creí nada de esto —el problema más grande de Siete Semillas es que nada de lo que tiene que decir es particularmente revolucionario o impactante. Me imagino que el libro es igual.

Sin embargo, debo admitir que la cinta se ve beneficiada por el hecho de que los pensamientos de Fischmann no son el foco de la historia. Sí, son lo que le permite cambiar a Ignacio, pero al final del día, la cinta está más preocupada por presentar una narrativa clásica que un sermón sobre “encontrarse a sí mismo”. Los problemas de Ignacio son dos: la relación que tiene con su esposa está a punto de ser destruida por su propia culpa, y su fábrica, heredada de su suegro (Federico Luppi), está a punto de ser vendida a unos empresarios chinos por culpa de dos accionistas particularmente angurrientos (Katerina D’Onofrio y Bernie Paz). Las escenas que involucran a Ignacio tratando de salvar su empresa, o tratando de entablar una mejor relación con su esposa, me conmovieron e interesaron más que sus interacciones con el gurú.

Lo cual es curioso, porque quien da la mejor actuación de la película es Javier Cámara. El problema es que el dialogo que le es dado, falsamente sabio y por momentos absurdo, no ayuda en lo absoluto. Sin embargo, el actor español hace lo que puede para tratar de desarrollar a un personaje estereotípico —su Maestro es un hombre paciente y hasta divertido, alguien que parece estar genuinamente interesado en ayudar a Ignacio. El hecho de que sus métodos no sean nada del otro mundo es una cosa; al menos, Cámara logra que nos encariñemos por el personaje, a pesar de lo poco que aparece.

Carlos Alcántara es creíble como Ignacio, un hombre adicto al trabajo, y que parece realmente querer a su familia y a sus trabajadores, a pesar de no poder dedicarles el tiempo suficiente. Su química con Gianella Neyra, quien logra otorgarle algo de emotividad a la historia sin necesidad de exagerar, es palpable. Marco Zunino me convenció como un hippie relajado pero irresponsable (no me la veía venir, debo admitirlo) y Ramón García destaca en un papel breve pero importante.

Algo que me llamó la atención del filme, sin embargo, es el hecho de que desaproveche a varios actores talentosos de teatro en papeles pequeños. Jely Reátegui, por ejemplo, está desperdiciada en el rol de secretaria leal y obediente. Es muy buena en el papel, no porque esté bien escrito, si no porque ella sabe exprimirlo al máximo —además, Reátegui tiene uno de los rostros más videogénicos que haya visto, tanto así que se le ve genial en una peluca estilo “bob cut”. Katerina D’Onofrio interpreta a su personaje como una caricatura total (habiéndola visto en otras cosas, estoy convencido que es más un problema de dirección que de interpretación); Lizet Chávez tiene, a lo mucho, cinco líneas de diálogo como un miembro del equipo de trabajo de Ignacio; Alfonso Dibós tiene una pequeña aparición como un doctor en la clínica donde es internado Ignacio, y Cindy Díaz (ContracorrienteEl evangelio de la carne) tiene un cameo casi imperceptible como una enfermera.

Como era de esperarse, Siete Semillas tiene un acabado técnico impecable. La imagen es de gran calidad, la dirección de fotografía es naturalista y acentúa muy bien los colores cálidos de escenarios como la casa del Maestro, por ejemplo, y la música, aunque algo cursi por momentos, complementa muy bien a la historia. Independientemente de lo que uno pueda pensar del filme en general, el director Daniel Rodríguez Risco (El acuarelistaEl vientreNo estamos solos), trata, al menos, de darle un estilo particular. Parece ser fanático de los lentes angulares, tanto así que los usa en la mayor parte de escenas, deformando los bordes del encuadre y agrandando muchos de los interiores en los que los personajes se desenvuelven. Esto le permite al filme sentirse como una historia grande, y a Rodríguez Risco utilizar los primeros planos, con fondos desenfocados, únicamente cuando es necesario.

Siete Semillas es una película bien hecha y competentemente actuada, que sin embargo jamás logra sorprender a su público ni por un minuto. Uno sabe como terminará la historia apenas comienza la cinta, y aunque algunas de las escenas más dramáticas funcionan gracias al diálogo creíble o las actuaciones verosímiles, la mayoría caen en clichés que uno ha visto en series o telenovelas incontables veces (el esposo adicto al trabajo, el hijo adicto a la tecnología, los villanos ambiciosos y gritones, el hermano hippie). La última escena, no obstante, es posiblemente lo que me molestó más de la película —es totalmente innecesaria, y lo saca a uno de la ficción en un santiamén, especialmente a aquellos que no sepan nada del libro de David Fischmann.Siete Semillas es un filme entretenido, de eso no hay duda, pero ni su mensaje de autoayuda y relajación, ni su historia dramáticamente efectiva por previsible, lograron convencerme del todo. Rodríguez Risco ha probado ser un director talentoso con películas como El acuarelista o El vientre lo que necesita ahora es un buen guión con el cual trabajar.

Avance oficial:

63%
Puntuación
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