Dunkerque

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El tiempo. Christopher Nolan está obsesionado con el tiempo. Esto lo hemos visto en “Memento”, que cuenta con dos diferentes líneas narrativas entrelazadas, una avanzando de manera normal, y la otra al revés, y en “El Origen”, donde cada nivel de sueño al que los personajes se meten altera su percepción del tiempo. Y como deben estar imaginándose, lo vemos también en su más reciente filme, “Dunkerque”, en donde se cuenta la historia de la evacuación de las tropas británicas de Dunkerque, en Francia, durante la Segunda Guerra Mundial, desde tres puntos de vista distintos: las tropas en la playa, los marinos en el mar, y los pilotos de Spitfire en el aire.

Y es precisamente en el entrelazado de estas perspectivas donde radica la genialidad de “Dunkerque”, una de las mejores películas de Nolan, y definitivamente la mejor producción que he visto en cines en lo que va del año. Resulta que los soldados en Tierra estuvieron tratando de escapar de Dunkerque en un lapso de una semana, mientras que en el agua, los eventos no duraron más de un día, y en el aire, la gasolina de los aviones no duraba más de una hora. Nolan juega con estos tiempos, entrecortando entre los tres eventos como si se llevaran a cabo al mismo tiempo, cuando en realidad el tiempo avanza a diferentes velocidades dependiendo de lo que estemos viendo.

Suena complejo, y hasta cierto punto lo es, pero el guion de Nolan lo entrelaza de manera tan magistral, tan detallada, que uno jamás se confunde. Sí, resulta algo extraño al principio, pero uno se acostumbra rápidamente, y poco a poco, va entendiendo porqué fue necesario estructurar el filme de esta manera: sí, ayuda a aumentar la tensión, manteniendo un ritmo in crescendo a lo largo de la película, pero también le permite al espectador meterse en los eventos, sentir que está viviendo “Dunkerque” junto con los personajes, desde su punto de vista, acompañándolos mientras tratan de sobrevivir y regresar a casa. Es un trabajo cinematográfico de lujo, a años luz de lo que Hollywood suele producir para la pantalla grande.

En las playas de Dunkerque, acompañamos al joven Tommy (Fionn Whitehead), un soldado británico que, acompañado primero por Gibson (Aneurin Barnard) y luego por Alex (Harry Styles; sí, el de la banda pop “One Direction”), trata de encontrar sitio en algún buque de guerra que lo pueda llevar a casa. En el mar, acompañamos al Sr. Dawson (Mark Rylance), su hijo Peter (Tom Glynn-Carney) y al joven George (Barry Keoghan) que, al ser llamados por las fuerzas británicas, se dirigen a Dunkerque para ayudar a la evacuación en calidad de civiles. Y en el aire, tenemos a Farrier (Tom Hardy) que, volando una caza Spitfire, hace lo que puede para proteger a sus compatriotas.

“Dunkerque” es un magistral ejercicio de tensión; de eso no hay duda. Consideren las secuencias más emocionantes de cualquier película de Nolan, como el clímax en diferentes capas de sueño de “El Origen”, o cualquier secuencia de acción de la saga de “El Caballero de la Noche”; multiplíquenlas por diez, y extiéndalas para que duren 110 minutos. El resultado será “Dunkerque”. Gracias a la manera en que entrelaza las diferentes historias, siempre dejando una en el punto más alto de suspenso para pasar a la siguiente que recién se está comenzando a desarrollar, Nolan hace que uno se mantenga al borde del asiento, preocupado por lo que le pasará a los personajes, interesado en saber cómo podrán superar algún nuevo desafío.

Porque a pesar de que las acciones de cada personaje son claras —sobrevivir, encontrar un buque, rescatar a alguien, y más—, muy pocas veces se enfrentan directamente a un enemigo. Los alemanes son como una sombra, como una presencia que sabemos está en alguna parte —y muy cerca— pero que nunca vemos. Curiosamente, en este aspecto “Dunkerque” se parece mucho a “Tiburón”, de Steven Spielberg —la tensión es inaguantable porque casi nunca vemos al enemigo, siempre permanece en las sombras, pero sus acciones son letales, así como las consecuencias de las mismas. “Dunkerque” no es una típica cinta de guerra porque no presenta secuencias de violencia en donde los protagonistas se tienen que enfrentar directamente a los antagonistas en un campo de batalla —aquí su mayor preocupación es sobrevivir, llegar a casa, y superar los obstáculos que se les presentan.

La tensión es palpable, también, porque Nolan decidió filmar todo de la manera más realista posible. Aquí casi no hay artificios y no hay secuencias que se sientan sintéticas o prefabricadas. “Dunkerque” se siente épica en escala porque fue filmada con cientos de extras —según lo reportado, Nolan llegó a utilizar hasta mil personas—, con buques de guerra verdaderos, y con cámaras IMAX pegadas a las alas de los aviones que pilotos expertos tuvieron que volar por los aires. “Dunkerque” se siente real porque lo que vemos en pantalla es real; a diferencia de muchos blockbusters contemporáneos, no se siente como una caricatura llena de efectos digitales innecesarios e inverosímiles. La obsesión de Nolan por el realismo absoluto contribuye a que uno verdaderamente se sienta como parte de las historias que está viendo.

La banda sonora de Hans Zimmer, como todo lo anteriormente mencionado, contribuye a la tensión. Está casi siempre presente, muchas veces también in crescendo, como si el pito de una tetera hirviendo no dejara de sonar, causando ansiedad, impaciencia. El uso de un sonido de reloj podría resulta algo obvio en un principio, pero Zimmer jamás abusa de él, insertándolo en los momentos precisos para que el suspenso resulte casi inaguantable. La música no es un elemento aparte de la película; es parte de la mezcla de sonido, del diseño aural concebido por Nolan y su equipo, para hacer de la experiencia de ver “Dunkerque” algo verdaderamente especial. Las bombas y los disparos suenan fuerte y aturden porque esa es la idea, pero jamás desesperan porque no son una presencia constante.

Una buena parte del reparto de “Dunkerque” está conformada por actores primerizos. Fionn Whitehead transmite mucho a través de su mirada, de sus reacciones a todo lo que sucede a su alrededor; no tiene mucho qué decir, y tampoco tiene que hacerlo. Es una actuación impecable por parte de alguien con nula experiencia previa. Sorprendentemente, Harry Styles hace un buen trabajo como Alex —resultó ser mejor actor que músico— y Tom Glynn-Carney transmite inocencia e inquietud como Peter. Mark Rylance resalta como su padre, el Sr. Dawson, y Kenneth Branagh le otorga clase a su rol como el Comandante Bolton. Tom Hardy, nuevamente escondido detrás de una máscara, transmite mucho solo a través de sus ojos —es casi imposible no relacionarse con su personaje, a pesar de que se pasa la mayoría de la película encerrado en una cabina de avión.

Ahora bien, hay que admitir también que, al enfocarse más en la tensión del momento, y en la reacción de los soldados británicos como masa, como grupo —consideren las tomas en las que los vemos agachándose casi al mismo tiempo, tratando de protegerse de los bombardeos—, la mayoría de protagonistas no tienen características muy notorias. Sabemos de ellos solo que se muestra en el momento, mas nada sobre su vida pasada o ambiciones. “Dunkerque» no cuenta con la típica escena alrededor de la fogata en donde cada chico habla sobre sus sueños, lo cual le otorga mucha inmediatez a los procedimientos, pero también le quita algo de tridimensionalidad a los soldados. No fue algo que me molestase demasiado, pero vale la pena mencionarlo.

“Dunkerque” es un espectáculo épico que logra satisfacer tanto a nivel emocional como intelectual. Es un fascinante ejercicio de tensión en donde todo aspecto técnico funciona a la perfección, desde la ajustada pero efectiva edición de Lee Smith, hasta la música de Hans Zimmer y la elección de planos del gran Hoyte van Hoytema, quien mete al espectador en el momento, dentro de la cabina de los aviones, en el mar con los marinos, en las playas de Dunkerque con los soldados tratando de escapar. “Dunkerque” es el blockbuster ideal, y toda una experiencia audiovisual (¡filmada con cámaras de película de 70mm!) que merece ser vista en la pantalla grande; ¡qué pena que no contamos con salas IMAX!

Con “Dunkerque”, Nolan continua demostrando su madurez como cineasta, como alguien obsesionado con el realismo, con los efectos especiales prácticos, con la tensión, con la espectacularidad del sonido, y sí, con el tiempo.

 

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