Una mujer fantástica – FESTIVAL DE CINE DE LIMA 2017

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Inicialmente, uno cree que “Una mujer fantástica” muestra a un Santiago de Chile amable, colorido, casi ideal, un lugar donde la gente acepta a los demás tal y como son, y donde el romance entre Marina (Daniela Vega), una mujer transexual, y Orlando (Francisco Reyes), un hombre mayor, puede florecer sin problema alguno. Pero poco a poco la gente comienza a sacarse las máscaras, a revelar sus verdades opiniones y personalidades: la violencia de género es algo real, terrible, y lo experimentamos de primera mano a través de Marina, una mujer fuerte, una mujer que sabe a qué se está enfrentando, y que no piensa dejarse vencer.

Todos los problemas comienzan cuando Orlando fallece debido a un aneurisma. Siendo su pareja, Marina está muy interesada en ser parte del duelo: comunicarse con la familia del difunto, ir al velorio, presenciar la cremación de Orlando. Pero la familia no pretende incluirla en sus planes. Siendo una mujer trans, no la consideran como la “verdadera” pareja de Orlando, favoreciendo a la ex esposa (quien inicialmente se muestra amistosa con Marina, para luego mostrar sus verdaderos colores) y tratando a nuestra protagonista como una infiltrada, una paria. Pero ella no planea darse por vencido.

Mucho se ha escrito y dicho, y mucho se dirá y se escribirá sobre lo conservadora que puede ser la sociedad peruana; solo hace falta entrar a las páginas de Facebook de grupos como “Con mis hijos no te metas” para darse cuenta de lo atrasados que estamos en relación a otros países. Pero en comparación a lo que “Una mujer fantástica” tiene que decir sobre la gente en Santiago de Chile, vivimos en un paraíso liberal. Marina tiene que resistirse contra viento y marea, tiene que ser insultada, golpeada, hasta secuestrada para poder reclamar sus derechos, para poder ser considerada como un ser humano común y corriente; es verdaderamente frustrante.

Resulta absurdo, por ejemplo, cuando ciertos personajes parecen no estar seguros de cómo llamarla. “¿La trato como mujer o como hombre?”, se preguntan. Marina claramente se identifica como mujer, independientemente de lo que su documento de identidad pueda decir (todavía no termina el trámite de cambio de nombre); se viste como mujer, se maquilla como mujer, habla como mujer, y más evidente, se hace llamar con hombre de mujer. Aquí el valor está en la identidad que ella misma se da, y en el significado que tiene el nombre con el que se hace llamar. Ella ya no es quien era antes o quien se supone era al nacer; ella es Marina, ex pareja de Orlando, una mujer.

Pero la familia no la ve así. Resulta increíblemente frustrante, por ejemplo, cuando es insultada, y luego capturada por familiares de Orlando (¿o de la ex esposa?), metida en un carro, y amordazada con cinta adhesiva. Le pegan tanta cinta que su cara se deforma, su nariz de aplasta y sus ojos se entrecierran temporalmente. Una vez que la sueltan, Marina ve su reflejo en una ventana, y se da cuenta finalmente de cómo estas personas, agresivas, intolerantes, salvajes, la ven: como un monstruo, no como una persona. Pero ella no piensa rendirse. Se quita toda la cinta, se acomoda, y sigue caminando. Ni siquiera el viento invernal, que parece más una tormenta que otra cosa, es capaz de detenerla. Esto último lo vemos en un plano magistral mientras ella camina por la calle.

La actuación principal de Daniela Vega es espectacular. Uno realmente entiende su frustración en cada mirada, en cada expresión corporal de ira o de tristeza. Es fácil identificarse con ella no solo porque es, lo que se diría en inglés, la “underdog”, si no también porque es un personaje fortísimo que nunca deja de pelear por sus derechos, y porque sabemos que ella tiene la razón. Vega es, además, una cantante lírica, cuestión que se aprovecha al máximo en ciertas escenas de la cinta, y especialmente durante el clímax de la historia. La voz de Vega es hermosísima, lo cual le otorga mucha emotividad y una impresionante cualidad de ensueño a un par de momentos muy especiales.

La dirección de Sebastián Lelio no cae en el minimalismo tan común en el cine latinoamericano, pero tampoco abusa de los cortes o de la cámara en mano. Su cámara siempre se mueve, siguiendo a Marina a todas partes, flotando por la ciudad, capturando cada expresión de su rostro. Lelio nunca cae en la explotación; lo único que puedo reprocharle es que de rato en rato exagera un poco con los personajes antagónicos (como los familiares que secuestran brevemente a Marina; son casi caricaturescos), pero en general, jamás convierte a “Una mujer fantástica” en una telenovela lacrimógena. La violencia está más implícita —o es de carácter más psicológico que físico— y la tensión se deriva más de las decisiones (o posibles decisiones) de Marina, que de una poco desarrollada investigación de la muerte de Orlando por parte de la policía.

“Una mujer fantástica” es un genial estudio de personaje sobre una mujer que tiene que combatir contra viento y marea por derechos que, para otras personas, no podrían ser más básicos. El desenlace —no se preocupen, no daré detalles— resulta satisfactorio porque hemos visto al personaje pelear tanto por casi dos horas de película, pero a la vez, resulta casi imposible no pensar qué todavía tendrá mucho más que hacer, y mucha más gente monstruosa, intolerante y violenta que enfrentar. Si algo nos demuestra “Una mujer fantástica”, es que la sociedad chilena, desgraciadamente, todavía tiene mucho por aprender. Al igual que la nuestra.

 

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