Duro de Matar (1988)

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Para muchos, “Duro de Matar” es una de las mejores películas “navideñas” de todos los tiempos. Para otros, es una emocionante y tensa película de acción. E incluso para algunos, se trata de una franquicia que ya debería dejar de ser explotada, un filme que obtuvo demasiadas secuelas, cada una más decepcionante que la otra (en general, disfruto de la mayoría, pero no cabe duda de que la quinta entrega es una bazofia).

Sin importar cuál sea la opinión de uno, sin embargo, hay que admitir que la primera película, la original de 1988, es una de las películas más memorables de la época, un thriller que ha envejecido muy bien, y que demuestra todo lo que se puede hacer con una premisa sencilla, un gran personaje principal, y mucha tensión y suspenso. “Duro de Matar” es LA cinta que convirtió a Bruce Willis en un héroe del cine de acción, y terminó siendo tan influyente e históricamente importante, que se legado consiste de muchas copias (algunas baratas, otras no tanto) que tratan de recrear su “magia” en distintos contextos. Por ende, tenemos filmes como “Duro de Matar en un bus” (“Máxima Velocidad”), “Duro de Matar en un barco” (“Under Siege”), o incluso un par de películas más recientes que podrían considerarse como “Duro de Matar en la Casa Blanca” (“La Caída de la Casa Blanca”, con Channing Tatum, y “Objetivo: La Casa Blanca” con Gerard Butler).

Esto se debe a que “Duro de Matar” introdujo un tipo de personaje muy específico en una situación muy específica al cine de acción norteamericano: el tipo común y corriente, fuerte y valiente pero sin ningún poder o talento específico, encerrado en un lugar junto a un montón de ladrones (o terroristas, también) con armas de fuego. Es la clásica situación del hombre “en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, exprimida al máximo para desarrollar tensión y mucha emoción. “Duro de Matar” fue la primera cinta en hacer esto, y hasta el momento, sigue siendo de las mejores.

Bruce Willis interpreta a John McClane, un policía de Nueva York que ha viajado a Los Ángeles para visitar a su ex esposa, Holly (Bonnie Bedellia) en la Torre Nakatomi, donde trabaja. Están celebrando Noche Buena, y todos los empleados de Nakatomi se encuentran ahí, incluyendo al dueño de la corporación, el Sr. Takagi (James Shigeta). Luego de tener una breve conversación, Holly va donde sus jefes y deja a John solo, esperándola en una habitación. Es aquí donde llegan al edificio Hans Gruber (un magnífico Alan Rickman) y su banda de ladrones alemanes, equipados con pistolas, metralletas, bombas, y toda suerte de armas de fuego.

¿Su objetivo? Robar más de 600 millones de dólares en bonos de la bóveda del edificio. Para ello, tendrán a todos los trabajadores como rehenes… pero no cuentan con la presencia de McClane que, con la ayuda de una radio, logra comunicarse con el Sargento Al Powell (Reginald ValJohnson), quien traerá a toda la caballería para tratar de resolver la situación. Por su parte,  sin embargo, nuestro protagonista tendrá que ingeniárselas para rescatar a Holly y a los demás rehenes, detener a Hans y sus secuaces, y salir con vida del edificio.

McClane no es ningún súper héroe. Es un tipo común y corriente que, fuera de ser un policía experimentado, no tiene ninguna clase de talento como para convertirlo en un héroe. De hecho, él ni siquiera quiere estar en esta situación, y se ríe de sí mismo cada vez que puede. McClane es golpeado, disparado, lanzado por todas partes, e incluso se pasa la mayor parte de la película descalzo, lo cual le trae terribles consecuencias cuando tiene atravesar un piso lleno de vidrio para escaparse de Hans y sus hombres. John es un protagonista vulnerable, muy humano, lleno de arrepentimientos (no quiere morir sin poder disculparse de Holly, con quien se había peleado) y defectos.

Es por eso que resulta tan fácil identificarse con McClane. La acción es emocionante no solo por lo perfectamente filmada y editada que está, si no también porque sabemos que McClane podría morir en cualquier momento. El personaje no es un gran luchador, necesariamente, y sufre bastante cuando tiene que enfrentarse a los secuaces de dos metros de Gruber. Las peleas y las balaceras son tensas porque sabemos que John puede salir malherido de cualquiera de ellas, y porque realmente le cuesta trabajo (sangre, sudor y lágrimas… literalmente) salir victorioso. Para el final de la cinta, John con las justas puede mantenerse de pie, pero el hecho de que haya podido sobrevivir su “estancia” en la Torre Nakatomi, a pesar de todo lo que ha sufrido, no podría resultar más satisfactorio.

El talentoso John McTiernan (“Depredador”, “La Caza del Octubre Rojo”) filma “Duro de Matar” de la manera más clara y tradicional posible. A diferencia de muchas películas de ahora (incluyendo a la nefasta “Duro de Matar 5”), McTiernan no hace uso de muchas cámaras en mano, planos cerrados ni cortes rápidos. Más bien, favorece los movimientos de cámara limpios y los planos largos para desarrollar tensión. Ningún movimiento es gratuito, y ningún corte interrumpe la narrativa; la dirección y el montaje de “Duro de Matar” son perfectos porque están al servicio de la historia, y del desarrollo del suspenso en las secuencias de acción.

Cada golpe duele, y cada situación difícil en la que se involucra McClane hace que me suden las manos. Todo se se siente verosímil porque, hasta cierto punto, lo fue. Willis hizo la mayoría de sus acrobacias y escenas de riesgo, y muchas de las explosiones son reales. Incluso las balas utilizadas para las escenas de disparos, aunque falsas, hacían más ruido y causaban flashes más intensos que las que usualmente se usaban en las cintas de la época, para que se vieran más realistas. “Duro de Matar” es una cinta sangrienta y sucia; la violencia no es presentada como algo glamoroso y divertido, si no más bien como algo realista, doloroso, y que puede traer consigo gravísimas consecuencias.

A pesar de que Bruce Willis no era visto como un héroe de acción en los ochentas, interpreta a John McClane de manera prácticamente perfecta. No es un hombre híper musculoso como Schwarzenegger o Stallone, ni alguien que parece ser un maestro de las artes marciales, como Van Damme. Su McClane es alguien que simplemente hará lo necesario para salir de la situación en la que se encuentra; su sarcasmo y humor auto despreciable son perfectos para el personaje, y el arco por el que atraviesa (darse cuenta de que debería haber apoyado a Holly en su carrera desde un principio, y dejar de ser tan egoísta y desconsiderado) le otorgan una dimensión adicional a McClane que muchos filmes de acción no toman en cuenta. Su escena de confesión con Al en el teléfono es desgarradora.

Los personajes secundarios son memorables, y terminan siendo más importantes de lo que uno esperaría inicialmente. La Molly de Bonnie Bedelia es una mujer exitosa, fuerte e inteligente; es la segunda a cargo en la compañía, y aunque hasta cierto punto admira a su esposo y se alegra de todo lo que está haciendo por ella, uno nunca siente que es dependiente de él. El Al Powell de Reginald VelJohnson es la contraparte perfecta de McClane; bonachón y listo. Paul Gleason es suficientemente desesperante como Robinson, al igual que el Richard Thornburg de William Atherton, y De’voreaux White interpreta a Argyle, el chofer de la limosina de McClane, como un aliado excéntrico, pero fiel.

Mención aparte para Alan Rickman, cuyo Hans Gruber es uno de los mejores villanos de la historia del cine norteamericano. Cuesta trabajo creer que “Duro de Matar” fue el primer largometraje de Rickman; su dominio de la escena es espectacular, y convierte a Gruber en un contrincante calculador, lógico e inteligente. Jamás caricaturiza al personaje; Gruber es intimidante porque uno siempre siente que sabe perfectamente lo que hace, e incluso cuando parece estar a punto de perder los papeles, jamás se deja llevar por su odio a McClane. Siempre da gusto ver un villano que parece estar siempre un paso adelante, sin que parezca ser omnipresente o absurdamente astuto.

“Duro de Matar” es un clásico, y no podría estar más feliz de que se haya reestrenado en los cines. Definitivamente se trata de una cinta que vale mucho la pena volver a ver en la pantalla grande; emocionante, tensa, expertamente editada y dirigida, llena de personajes bien construidos y mucha acción, “Duro de Matar” es, efectivamente, uno de los mejores thrillers jamás estrenados, y por qué no, una gran película de Navidad. A pesar de tanta balacera, puñetazo, muerte y explosión, uno no puede evitar sonreír cuando “Let It Snow” de Vaughn Monroe empieza a sonar, y los créditos finales comienzan a rodar. Habrá que verla otra vez ahora en diciembre.

 

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