Lady Bird

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“Lady Bird”, el debut como directora de Greta Gerwig —quien antes ha colaborado con su pareja, Noah Baumbach— es una historia tipo “coming-of-age”, es decir, un filme en el que vemos un pedazo de la vida de una protagonista joven, en el que crece, madura y sufre amores y desamores. En este caso, tenemos a Christine (Saoirse Ronan), quien prefiere hacer llamar “Lady Bird”, una chicha que se siente atrapada Sacramento, California, y que sueña con irse a la universidad a alguna ciudad grande por Nueva York, por más que su madre, Marion (Laurie Metcalf) no esté de acuerdo.

Se trata de un filme emotivo y extremadamente verosímil, el cual, gracias al trabajo de Gerwig, logra construir personajes innegablemente complejos, lo cuales se sienten tan reales como cualquier familiar, adolescente o adulto, que uno puede tener. Hasta cierto punto, se siente como una obra autobiográfica, lo cual, considerando la vida de Gerwig —también se crío en Sacramento—, no resultaría sorprendente. Íntima y astuta, la película es un deleite de principio a fin, y aunque no terminó siendo mi favorita de las nominadas a los Óscar del 2018, definitivamente merece todos los comentarios positivos que ha estado recibiendo.

El eje central de “Lady Bird” es la relación entre nuestra protagonista y su madre. Ambas están en momentos muy específicos e intensos de sus propias vidas; la primera es una adolescente rebelde y ambiciosa que preferiría estar en cualquier parte que en Sacramento, y la segunda es una mujer llena de frustraciones y sueños incumplidos, quien trabaja doble turno en un hospital para poder mantener a su familia, ya que su esposo, Larry (Tracy Letts) acaba de quedarse sin trabajo. Es imposible para ellas poder encontrar un punto medio; siempre se pelean, siempre están en desacuerdo, y mientras que “Lady Bird” vive en las nubes, soñando, su madre tiene que ser realista con ella, y mostrarle las cosas como son.

No es una relación fácil, pero provee a la película con excelentes momentos dramáticos. Lo más relevante es que ninguna de ellas se siente como una villana, por más que uno pueda estar en desacuerdo con sus posturas. Uno entiende a Marion porque es fácil darse cuenta de la difícil vida que está viviendo; tiene que comprar su ropa en “Thrift Shops” (tiendas de segunda), tiene que trabajar hasta el cansancio, y tiene que, de alguna manera, hacer que la plata le alcance para poder pagar la universidad de su hija. Y “Lady Bird” es una chica que se está descubriendo a sí misma —tanto sexual como intelectualmente—, que tiene amistades y amores que fluctúan, y que no termina de entender la manera en que su madre la trata.

Como se mencionó líneas arriba, “Lady Bird” se siente como una obra muy personal, muy íntima. Hasta cierto punto, Christine se podría considerar como una representación de quien era Gerwig cuando tenía su edad. Y la manera en que está construido el personaje la convierte en un ser tan real como cualquiera que uno podría conocer: por momentos, es una adolescente estereotípica, engreída y regañona, pero por momentos es una chica madura, intelectual, creativa. Lady Bird es una protagonista impecable porque resulta casi imposible no identificarse con ella; todos hemos pasado por la adolescencia, y todos hemos pasado por las mismas frustraciones que ella está viviendo.

Saoirse Ronan es espectacular como Lady Bird. A pesar de ser mayor, interpreta perfectamente a una adolescente, tanto en las escenas más sutiles, como en los momentos más dramáticos. Protagoniza varias escenas memorables, desde un momento en el que come “wafers” de comunión con su mejor amiga, hasta cuando pierde la virginidad —una experiencia decepcionante para ella, como estoy seguro le pasó a más de uno o una—o cuando se rebela contra una monja —¡estudia en un colegio extremadamente católico!— durante una charla absurda sobre el aborto. Como en la vida real, “Lady Bird” está llena de drama, comedia, sexo, charlas francas, amistades frustradas, e interacciones emotivas.

Laurie Metcalf, por su parte, no se queda atrás; interpreta a Marion como una madre extremadamente fallida, alguien que, debido a todas sus frustraciones, no sabe cómo manejar a su hija, y que se dedica, más bien, a ser la “mala” de la historia, especialmente en comparación a su esposo, quien siempre confabula con Lady Bird. Consideren, por ejemplo, una escena final en el aeropuerto; la manera en que Metcalf expresa las diferentes emociones por las que el personaje está atravesando es simplemente magistral.

“Lady Bird” maneja un ritmo muy específico, el cual le permite cubrir un tiempo muy largo en menos de dos horas. Muchas escenas comienzan con los personajes ya metidos en una conversación y terminan antes de que ellos acaben de expresarse o realizar una acción, y varias secuencias son editadas de manera muy acelerada y cinética; “Lady Bird” es una película rápida que, sin embargo, sabe cuándo detenerse para darle un respiro, tanto a sus personajes, como a la historia. Disfruté mucho del estilo de Gerwig; cuenta una historia muy personal —y a la vez llena de temas universal— de manera muy propia, lo cual diferencia a “Lady Bird” de otros “coming-of-age” de similar corte.

Pueden que consideren a “Lady Bird” como una obra maestra de la misma manera que otros críticos o espectadores, o pueden que la consideren como una película correcta y nada más; lo importante es que cuenta una historia tan universal —centrada en las tribulaciones de la adolescencia—, que resulta casi imposible que uno no pueda identificarse con el personaje central. Frecuentemente hilarante, emocionalmente honesta, impecablemente actuada, e inteligentemente estructurada, “Lady Bird” es un sobresaliente drama adolescente, y una muestra de lo que Gerwig es capaz de hacer detrás de las cámaras.
Avance oficial:

88%
Puntuación
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