Llámame por tu nombre

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“Llámame por tu nombre” es el fascinante estudio de un amor fugaz, la prueba máxima de lo que se puede llegar a hacer cuando se favorece la caracterización y el desarrollo de atmósfera por sobre una narrativa tradicional. En “Llámame por tu nombre”, no tenemos villanos, o no al menos de la manera tradicional que uno esperaría; todo conflicto en la película es interno, sutil, y desarrollado de manera muy humana y pausada. Es una historia de amor imposible, del descubrimiento de la propia sexualidad, y de las conexiones que se pueden entablar entre dos personas que, inicialmente, creen ser muy diferentes la una de la otra.

El filme se desarrolla en la campiña de Italia del Norte en 1983, y nos cuenta la historia del romance que se va llevando a cabo, poco a poco, entre Oliver (Armie Hammer, alias Martillo Militar) y Elio (Timothee Chalamet). El primero es un americano enérgico que ha llegado a la casa de la familia de Elio para pasar el verano, mientras que el segundo es un chico de 17 años, quien recién está explorando su sexualidad en medio de un intenso —y flojo— verano.

Elio vive con sus padres, los académicos Sr. Perlman (Michael Stuhlbarg) y Annella (Amira Cesar), quienes han traído a Oliver a casa para trabajar y aprender un poco sobre arqueología, idiomas, arte y cultura. Inicialmente, Elio no se llevo muy bien con el americano —lo considera como un usurpador, ya que se ha quedado con su habitación— pero poco a poco los sentimientos irán aflorando en ambos, dejándose llevar por el calor y la modorra de un verano que, en un principio, al menos, se siente eterno.

Por más que no lo parezca, “Llámame por tu nombre” no se trata, necesariamente, sobre una relación homosexual. Considerando que se lleva a cabo en los años 80, donde este tipo de romances no eran bien vistos —aunque los padres de Elio, felizmente, parecen ser la excepción a la regla—, no debería sorprender; Oliver menciona en algún momento que si su padre hubiera sabido sobre su relación entre él y Elio, lo hubiera metido en un reformatorio, y a pesar de sentir atracción por el chico, igual se relaciona con mujeres. El caso de Elio es similar; tiene una relación algo inestable con una chica llamada Marzia (Esther Garrel), con quien pierde la virginidad. Ambos, Elio y Oliver, están descubriéndose, fluctuando, y explorando sin identificarse necesariamente como gays. Es refrescante realista y honesto.

Por más que, desde el punto de vista de algunos, el romance entre ambos personajes pueda resultar algo perturbador —Oliver tiene casi treinta, y Elio solo diecisiete años de edad—, este se siente más como un producto del verano, algo intenso y real, pero pasajero (esto se hace evidente por la manera en que la cinta presenta su epílogo). Es un primer amor, tan repentino y fugaz como cualquier otro, el cual le permite a Elio darse cuenta que sentir, que amar es algo permitido. Sí, hay algo de deseo y lujuria, pero ese no es el foco del filme; uno realmente siente que ambos personajes son felices cuando están el uno con el otro, estén tocándose o besándose o no.

De hecho, el director Luca Guadagnino toma el camino opuesto al de Abdellatif Kechiche en “Blue is the Warmest Color”; acá no tenemos escenas de sexo explícito de larga duración ni nada por el estilo. Guadagnino prefiere, más bien, concentrarse en las emociones y lo sentimientos, en la atmósfera que se genera gracias al lento desarrollo del amor que siente Elio por Oliver y viceversa. Fuera de una escena entre Elio y un melocotón, el énfasis están en el descubrimiento sexual, sí, pero no necesariamente en su consumación. “Llámame por tu nombre” es una película sensual, de eso no hay duda, pero no necesariamente erótica.

Mucho he leído sobre lo lenta que es “Llámame por tu nombre”, cosa que puede frustrar a algunos. Sí, el ritmo es glacial, pero creo que esta historia, en este contexto, no podría haber sido contada de otra manera. Guadagnino transmite perfectamente la sensación que uno tenía de joven en el verano, cuándo los días eran soleados, no había mucho que hacer aparte de bañarte en la piscina o leer un buen libro, y esperaba a que llegue el invierno para tener algo que hacer. La atmósfera de “Llámame por tu nombre” es floja, cálida, y absolutamente palpable. Hace años que no veía una cinta que mostrara la campiña italiana de manera tan romántica y bella. Hay que tenerle paciencia a “Llámame por tu nombre” —especialmente durante algunos puntos muertos, o cuando el guion se va por la tangente— pero definitivamente vale la pena.

Timothee Chalamet fue nominado al Óscar por su interpretación de Elio, y con justa razón. Logra transmitir con sutileza, y sin convertir al personaje en una caricatura, todo lo que uno siente mientras atraviesa la adolescencia; las inseguridades, el nerviosismo, la vergüenza de ser diferente. Se trata de una actuación completamente natural y creíble, a veces carismática, a veces desesperante (es un adolescente, después de todo), y a veces extremadamente emotiva. Por su parte, Armie Hammer, quien hasta hace poco había sido encasillado como héroe de blockbusters (consideren su participación en películas como “El llanero solitario” o “El agente de CIPOL”), demuestra que tiene mucha madera para roles dramáticos. Desarrolla a Oliver como alguien que, bajo un cascarón de confianza y carisma, está lleno de inseguridades y sentimientos fuertes, un hombre que necesita tener el poder y el control en todo momento, y que sin embargo, siente un amor sincero por Elio. Honestamente, yo también hubiese nominado a Hammer.

El reparto secundario da actuaciones igual de potentes, pero quien resalta más es el siempre infravalorado Michael Stuhlbarg (quien también aparece en la notable “La forma del agua”). Consideren, si no, el discurso que da hacia el final de la película, en donde le habla a su hijo sobre la importancia de aceptar el dolor; se trata de un momento verdaderamente poderoso, el cual actúa como catalizador para la reacción que Elio tiene durante el epílogo. Puede que Stuhlbarg no tenga mucho qué hacer durante el resto de la cinta, pero esta escena definitivamente lo compensa.

“Llámame por tu nombre” nos cuenta una bellísima historia de amor de manera extremadamente visual —no hay mucho diálogo, y realmente no lo necesita— y sensorial. Pero lo más importante es que, a pesar de que no se identifican como homosexuales, el romance entre Elio y Oliver es tratado como cualquier otra historia de amor; sí, tienen sus conflictos internos debido a la manera en que una relación de ese tipo sería tratada en los años 80, pero a diferencia de filmes más convencionales, “Llámame por tu nombre” no contiene la típica escena en donde son descubiertos, discriminados o insultados. De eso no se trata la película.

“Llámame por tu nombre” es una de las películas más emotivas y hermosas que haya visto en mucho tiempo. Si logran superar su ritmo pausado —creanme, no es difícil— y dejarse llevar por la historia y sus personajes, serán sorprendidos gratamente por la película. Guadagnino ha declarado que va a comenzar a trabajar en una secuela, en la que nos encontremos con Elio y Oliver años después, similar a lo que hizo Richard Linklater con la trilogía de “Before Sunrise”; considerando lo espectacular que resultó ser esta primera cinta, definitivamente no me molestaría volver a visitar a estos personajes en futuras entregas.

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