Nace una estrella

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Considerando que se trata de la cuarta versión de la misma historia —o la quinta, si tomamos en cuenta el remake Bollywoodense—, realmente resulta sorprendente que “Nace una estrella”, de Bradley Cooper, termine siendo tan emotiva, honesta, e innegablemente entretenida. Protagonizada por él —dando la mejor actuación de su carrera— y por una impresionante Lady Gaga, “Nace una estrella” es una historia tradicional y hasta previsible historia, narrada de la forma más humana y desgarradora posible. Sí, es una tragedia, hasta cierto punto —quienes hayan visto al menos dos de las versiones anteriores lo sabrán—, pero también es una historia de superación, de pasión por el arte y la expresión musical, y hasta de amor.

Gaga interpreta a Ally, una ayudante de cocina que, de noche, trabaja en un club cantando como Édith Piaf. Tiene una voz como pocas, pero a pesar de ello, no se anima a arriesgarse ni a tomar la decisión de perseguir sus sueños. Una noche, sin embargo, todo esto cambia. El famoso cantante de country-rock Jackson Maine (Cooper) llega al club, la ve cantar, y decide llevársela a un concierto, en donde la hará cantar frente a miles de personas. Es ahí donde Ally se da cuenta de que, quizás, podrá convertirse en quien realmente es, pero también es ahí donde comienza una tumultuosa —pero honesta— relación romántica entre ambos.

La historia de “Nace una estrella”, pues, es de contrastes: el contraste entre la carrera en ascenso de Ally (quien rápidamente se convierte en estrella pop) y el declive profesional de Jackson; el contraste entre el relativo cinismo y la depresión de él, y el optimismo de ella; entre la autodestrucción de él, y la fama de ella. Se trata de una historia que muchas veces hemos visto ya en el cine, pero no siempre de manera tan verosímil e innegablemente emotiva. Aunque hasta cierto punto es un romance, “Nace una estrella” no se avergüenza de incluir los momentos menos glamorosos de esta relación: la breve violencia, el alcoholismo y la drogadicción en su máximo esplendor, y las consecuencias que ambos pueden traer consigo.

Podría considerarse que “Nace una estrella” representaba una suerte de riesgo para Warner Brothers. Aunque Bradley Cooper es un actor conocido, es la primera vez que se pone detrás de las cámaras. Y aunque Lady Gaga es una de las artistas más famosas del mundo, es la primera que actúa frente a ellas. Pero ambos hacen un excelente trabajo; Cooper ayuda a Gaga en las escenas más dramáticas, tanto en su rol de director como en su rol de coprotagonista, y Gaga lo ayuda en las escenas musicales, en donde brilla gracias a su presencia en pantalla y control del escenario. Se complementan, y uno nunca siente que uno esté llamando la atención más que el otro. La historia le pertenece a los dos, y ambos la dominan de manera francamente impresionante.

Cooper interpreta a Jackson como un hombre que, a pesar de tenerlo todo, parece estar obsesionado con autodestruirse; prefiere vivir borracho o drogado, en vez de enfrentar las consecuencias de sus acciones. Prefiere ignorar el hecho de que está perdiendo la audición, en vez de hacerse tratar. Y aunque de verdad está enamorado de Ally, aquel cariño no parece ser suficiente como para justificar su propia existencia, especialmente cuando termina haciéndole daño de manera muy pública y embarazosa. Cooper da una interpretación sutil pero muy efectiva —me animaría a decir, incluso, que se trata de su mejor trabajo actoral hasta el momento.

Pero previsiblemente, quien verdaderamente se roba el show es Lady Gaga. Interpreta a Ally como dos caras de la misma moneda: primero, como una chica insegura, tímida, dispuesta a seguir a Jackson pero con miedo de hacer lo suyo propio, y luego como una verdadera estrella pop, segura de sí misma, y tan contenta de su propio éxito —y con justa razón— que no se da cuenta del camino tan oscuro que está tomando su pareja. Se trata de una actuación potentísima, franca, la cual le otorga su latiente corazón a la película, y la convierte en mucho más que un simple remake o historia tradicional de éxito. Gaga brilla, obviamente, durante las escenas en donde tiene que cantar, pero también en los momentos más dramáticos. Es realmente convincente.

El trabajo de Cooper como director está bastante bien. Dirige las escenas de concierto y los momentos de relaciones interpersonales con la misma intimidad; siempre centrándose en los personajes, en sus rostros, en sus expresiones. Su cámara es libre, frecuentemente en mano pero sin abusar de las sacudidas, para darle un carácter naturalista, casi de documental a la historia. Es por eso que la cinta funciona tan bien: porque se centra en sus personajes, no en la artificialidad de una historia que ya se ha contado antes de formas mucho menos sutiles.

Y como suele pasar en estas historias, la música es excelente. Desde el rock de Jackson hasta las canciones más íntimas de Ally, la banda sonora de “Nace una estrella” es verdaderamente memorable —estoy seguro que muchos ya la han estado escuchando en Spotify. Eso sí, LA canción que representa la transformación de Ally en estrella pop —trata sobre… traseros y jeans apretados— es un mate de risa. Es una suerte de sátira del estado de la industria de la música pop actual, y aunque no es parte importante de la historia, definitivamente funciona, al menos, como burla (consideren, si no, la escena en donde Ally canta en una grabación de Saturday Night Live, con cameo de Alec Baldwin y todo).

“Nace una estrella” es lo que debería ser cualquier buen remake: la misma historia que se ha contado antes, pero narrada desde una perspectiva fresca, distinta. Las bases son las mismas que en las películas de Judy Garland o Barbra Streisand, pero lo interesante está en los detalles. Aprovechando al máximo las sublimes actuaciones de Bradley Cooper y, especialmente, Lady Gaga, y haciendo uso de una sólida banda sonora, “Nace una estrella” es una experiencia emotiva y sincera, la cual debería terminar por encantar a todo fanático de la música y de las historias bien contadas. Realmente estaré esperando con ansias el siguiente trabajo de Cooper como cineasta, y la siguiente interpretación cinematográfica de Lady Gaga.

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