Si tuviese que definir a Vera y el placer de los otros con una sola frase, sería con: “un coming-of-age enfocado en experiencias sexuales.“ Centrándose, lógicamente, en el personaje de Vera (Luciana Grasso), una adolescente aparentemente incapaz de desbloquear el placer propio en sus encuentros sexuales con hombres, lo que la película parece postular es que uno puede encontrar la libertad sexual a través de la experimentación. Es decir, que tiene sentido que los adolescentes y jóvenes prueben e intenten y dejen de lado los tabúes para encontrar lo que disfrutan —es decir, para encontrar el placer. Interesante, pues, ver una película que logra transmitir temas de este tipo, especialmente considerando lo reprimida que se ha tornado la sociedad, hasta cierto punto, en los últimos años.
La película comienza de forma rápida y directa: con una escena de sexo entre Vera y un chico anónimo. Se encuentran en un colchón en el piso, en un espacio prácticamente vacío. Resulta, pues, que la chica está alquilando un departamento que en realidad le pertenece a su madre, la agente de bienes raíces Adriana (Inés Estévez) a parejas de adolescentes de todo tipo que buscan un lugar privado para tener sexo. Esto le permite a Vera experimentar con el voyeurismo, muchas veces quedándose afuera del departamento, con la oreja pegada a la puerta, escuchando los gemidos de sus jóvenes clientes.

Es así que vemos a lo largo de buena parte de la película que Vera deja de interesarse en las experiencias cercanas con otros, más bien reemplazándolas con la observación y el oído; con la utilización de su negocio para percibir como es que los demás experimentan el placer, lo cual la motiva a tocarse horas después en el mismo lugar donde sus clientes han estado, masturbándose mientras piensa en las parejas a las que les cobra quinientos pesos por el servicio. Se trata de un autodescubrimiento sexual atípico que le permite a Vera, hasta cierto punto, comparar sus propias experiencias con las de los demás. Y por supuesto, mantener un secreto que alimenta el conflicto central de la historia.
El cual, curiosamente, no es del todo potente. Tenía sentido esperar que el negocio de Vera fuese a convertirse en una de las ideas mejor aprovechadas por la película, pero por la forma en que los directores-guionistas Federico Actis y Romina Tamburello deciden concluir la narrativa, termina sintiéndose como una herramienta más en la travesía de descubrimiento de Vera. De hecho, hasta me animaría a decir que el final es lo más decepcionante que tiene Vera y el placer de los otros —termina siendo, pues, de las películas en donde la travesía se siente más entretenida que el destino, especialmente por lo mucho que termina permitiéndole a su protagonista crecer. Como en todo buen coming (jeje) of age, Vera termina la película como una persona muy distinta como la comenzó.
Eso se debe, además, a las interacciones de Vera con una pareja a la que le alquila el departamento, y a la que acude luego de ser testigo de un suceso que seguramente la traumará de por vida. Lo que comienza como una amistad, entre botellas de alcohol y mucha música, se termina convirtiendo en algo completamente distinto. De hecho, la escena de sexo más explícita e intensa de Vera y el placer de los otros sucede justamente entre estos tres personajes, lo cual, lejos de sentirse puramente carnal, le permite a Vera y los otros dos relacionarse de forma más libre y curiosamente tierna, al menos por un tiempo. Es ahí donde la película parece postular que toda expresión romántica o sexual es válida, siempre y cuando le permite a uno encontrar lo que le gusta y lo que disfruta.
Lo cual está muy bien, pero también considero que Vera y el placer de los otros tiene una relación curiosa con el sexo. Puede que se deba a que su protagonista se supone es menor de edad (se menciona que Vera tiene dieciséis años; la actriz, felizmente, sí es adulta), y puede deberse, también, a que ciertas decisiones narrativas no termina de cuajar, pero no puedo evitar sentir que la separación entre la vida familiar de Vera y sus secretos sexuales termina por partir en dos a la película. Lo que sucede en casa con sus padres, e incluso el ya mencionado suceso traumático, que involucra a su madre, de alguna manera se siente muy separado de todo lo que experimenta Vera por su cuenta. Entiendo que esto probablemente fue hecho a propósito, y hasta tendría sentido en la vida real, pero creo que vincular todo lo que el filme nos presenta hubiese resultado en un producto final más satisfactorio.
Como Vera, Luciana Grasso (en ciertos primeros planos muy parecida a Anya Taylor-Joy) hace un gran trabajo, interpretando a la adolescente como una persona curiosa, en general bienintencionada pero por momentos algo desordenada (como muchas jóvenes), dedicada a explorar su cuerpo y sus sensaciones y la forma en que se siente respecto al otro sexo (y su mismo sexo). Grasso es totalmente creíble como el personaje, interpretando a Vera no como alguien buen o malo, si no más bien como una adolescente compleja, que comete errores, y que a pesar de parecer tener una familia regular y feliz, tiene una relación algo complicada con sus padres (especialmente su mamá).

Por más de que Vera y el placer de los otros no sea un éxito rotundo, no puedo decir que me arrepienta de haberla visto. La película no hace nada particularmente revolucionario en lo que se refiere a la representación de la curiosidad sexual en los adolescentes y el descubrimiento del deseo, pero en una época en la que las nuevas generaciones parecen estar regresionando a una mentalidad más reprimida, menos interesada en el sexo y, como diríamos en el Perú, más “cucufata”, el simple hecho de que se haya completado y estrenado debe ser celebrado. Además, Vera y el placer de los otros se termina sintiendo como experiencia que podría conectar con adolescentes y jóvenes, y que, dentro de todo, destaca gracias a una perspectiva que de varias formas evita el uso del Male Gaze. Tiene sus problemas, pero sin llegar a ser redonda, Vera y el placer de los otros no deja de ser de interés.
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