Capone

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Existen muchas películas sobre la mafia o sus líderes, varias de ellas inspiradas en el estilo de Martin Scorsese y películas como “Buenos Muchachos” o “Casino”. “Capone”, felizmente, no es una de ellas. Más interesado en el descenso a la locura de sus protagonista, lo que el director, guionista y editor Josh Trank (“Chronicle”, “Los cuatro fantásticos”) nos entrega, es un filme sobre un Al Capone venido a menos, viviendo sus últimos meses de vida en una mansión en la Florida, cada vez más despegado de la realidad. “Capone” es una experiencia algo errática pero constantemente fascinante, una cinta que, por más de no llegar a cuajar del todo, al menos se siente como un producto hecho por alguien que no le quería rendir cuentas a nadie, y que quería plasmar su visión en pantalla cueste lo que cueste. En ese sentido, “Capone” no podría ser más distinta a “Los cuatro fantásticos”.

Luego de pasar varios años en la cárcel, Al Capone (Tom Hardy), uno de los criminales más famosos de la historia norteamericana, por fin regresa a su casa en medio de los pantanos de Florida. Sin embargo, ya no es la misma persona de antes; sufriendo de neurosífilis y demencia, y con una voz que, según uno de los personajes secundarios, suena como la de un “caballo moribundo”, “Fonzo” no es más que una sombra de lo que era antes; un ser humano frágil y confundido. No puede controlar sus movimientos intestinales —lo cual resulta en una escena escatológicamente explícita, y en otra bastante más graciosa—, casi ni reconoce a su esposa, Mae (Linda Cardellini), y comienza a tener alucinaciones sobre su vida de criminal. ¿Qué es real y qué es una ilusión? ¿Será cierto que tiene 10 millones de dólares escondidos en alguna parte? ¿Y será verdad que está siendo espiado por los Federales, o no es más que paranoia por parte de un hombre que, poco a poco, está perdiendo la cordura?

Narrativamente hablando, “Capone” es una película extremadamente fallida. De hecho, se puede argumentar que prácticamente carece de una trama sólida; no hay un conflicto central tradicional —al menos no uno que esté bien desarrollado— ni un objetivo claro para el protagonista. “Capone” se siente, más bien, como un estudio de personaje bien calculado, en donde uno tiene que acostumbrarse a ver en pantalla a este ser humano desagradable —quien sabemos cometió una gran cantidad de crímenes inhumanos durante su época dorada—, tratando mal a quienes lo rodean. Ni siquiera la subtrama sobre su dinero escondido llega a tener un clímax satisfactorio; se nota que Trank estaba más interesado en poner al espectador en los zapatos de Capone, que en desarrollar una historia tradicionalmente estructurada.

Lo cual es admirable, especialmente luego de su problemática película anterior. Trank utiliza varios recursos para desarrollar a “Capone” casi como una película de terror, mezclando elementos de la realidad y la ficción —y las alucinaciones de su protagonista—, para entregarnos una experiencia algo inconsistente, pero que nunca llega a aburrir al espectador. Consideren, si no, la manera en que construye la “alucinación principal”, por así llamarla, de quince minutos de duración, en donde somos parte tanto de la fastuosidad y los excesos de la vida pasada de Capone —una fiesta en donde Al y Louis Armstrong (¡!) cantan juntos en el escenario—, como de un momento bastante más oscuro. La mansión de Al es presentada, además, como un lugar laberíntico y lleno de sombras, en donde cualquiera —no solo alguien que está peleando con una enfermedad mental— se podría perder. Uno de los personajes secundarios menciona que Capone “está viviendo como un Rey en su mansión”, cuando en realidad parece estar viviendo una pesadilla.

Evidentemente, este tipo de tratamiento de material podría resultar algo problemático para algunos espectadores. No todos, por ejemplo, llegarán a empatizar del todo con Capone, un personaje de la vida real que cometió toda suerte de crímenes terribles. Y no todos, además, podrán mantener la atención durante los momentos más callados, en donde son testigos del sufrimiento de su familia. Después de todo, “Capone” es una  película de ritmo letárgico, más interesada en el contraste entre los últimos días del conocido mafioso y su vida pasada —consideren, si no, los programas de radio que se escuchan de cuando en cuando, recreando sus más infames hazañas—, que en mostrarnos sus días de gloria. Sólo una escena, en donde Al alucina con una versión más joven de sí mismo, frente al espejo de un baño, nos muestra lo que el filme hubiera podido ser si es que Trank decidía tomar un camino diferente.

No se puede escribir sobe “Capone”, sin embargo, sin mencionar la actuación principal de Tom Hardy. Con un pie en el realismo, y el otro en la caricatura, Hardy nos entrega un Capone al que no le importa nada, utilizando todo tipo de recursos para desarrollar su gradual descenso en la locura. Gruñidos, gritos, graznidos, y un tono de voz que parece haber tenido sus orígenes en su Bane de “El caballero de la noche asciende”; Hardy no tiene miedo de exagerar o hasta comerse el escenario entero, lo cual contrasta —a veces bien, a veces mal— con las actuaciones secundarias más bien sobrias. Puede que no sea el mejor Al Capone que jamás se haya visto en pantalla, pero ciertamente es uno de los más interesantes y entretenidos.

La siempre infravalorada Linda Cardellini, al menos, trata de otorgarle algo de humanidad a Mae, una mujer que no está muy segura de qué hacer con su esposo, pero que claramente todavía lo ama (incluso luego de que Al decide defecar al costado de ella en la cama). Matt Dillon, por otro lado, está correcto como Johnny, un viejo amigo de Al, quien llega a la mansión para… ¿ayudarlo? ¿Hacerle recordar sobre los viejos tiempos? (Ya verán). Noel Fisher le da un carácter algo inocentón a Junior, el hijo mayor de Al; Jack Lowden es suficientemente naive y formal como Crawford, un agente federal, y Kyle MacLachlan interpreta a Karlock, el doctor de Al, quien parece estar interesado en algo más allá de la salud de su paciente. Ojo, además, con el cameo de Trank, quien aparece (brevemente) en la segunda escena de defecación.

Independiente de cualquier interpretación que le pueda dar uno a la película de Trank, se nota, al menos, que se trata de la historia que él quería contar, y que lo ha hecho a su manera, sin importarle lo que sus críticos puedan decir. Es un ejercicio de libertad creativa muy opuesto a la experiencia de ver “Los cuatro fantásticos”, y aunque no llega a funcionar del todo, termina siendo mucho más entretenida que cualquier copia (barata o de gran presupuesto) de una película de Scorsese. Este no es cine mainstream, y no tenía por qué serlo —haciendo uso de una banda sonora minimalista y perturbadora (cortesía de El-P, miembro del dúo “Run de Jewels”) y protagonizada por un Tom Hardy desatado e hilarantemente exagerado, “Capone” es una película arriesgada, errática, narrativamente inerte, pero constantemente fascinante. No es para todos, pero estoy seguro que encontrará a su público, especialmente ahora que está disponible en digital durante la cuarentena por el COVID-19.

 

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