La melodía del diablo

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Nunca podré superar la obsesión que tenemos acá en el Perú con el diablo, el infierno y los exorcismos. Después de todo, semana tras semana se estrenan películas de terror y suspenso cuyos títulos originales tienen poco o nada que ver con aquellas palabras. Y semana tras semana, aquellos títulos son modificados en el proceso de “traducción”, justamente para incluir la mayor cantidad de referencias posible a Mefistófeles y su reino, o al proceso de extracción de un demonio de un cuerpo inocente.

El diablo, aparentemente, llama a los fanáticos del terror en nuestro país.

Consideren, si no, el caso de “La melodía del diablo”, cuyo título original es, en realidad, “The Piper”, o “El flautista”. Y consideren, también, que la historia que nos cuenta la película no tiene absolutamente nada que ver con el Rey de las Tinieblas, si no más bien, apropiadamente, con el cuento infantil (o no tan infantil) del Flautista de Hamelin. Pero “El flautista” no es un título lo suficientemente atractivo como para traer a los fanáticos del horror a los cines, así que con “La melodía del diablo” nos quedamos.

Al menos la parte de “La melodía” sí tiene que ver con la trama del filme.

Ah sí, la trama. Charlotte Hope interpreta a Melanie, flautista y miembro de una prestigiosa orquesta liderada por el severo Gustafson (el gran Julian Sands, quien trágicamente falleció el año pasado; Que En Paz Descanse). Ella quiere ser La Mejor (™), pero lamentablemente tiene que competir por la atención de Gustafson con Franklin (Philipp Christopher), otro flautista que también quiere ser El Mejor (™). Esto motiva a nuestra protagonista a tomar medidas drásticas.

Es así que logra Gustafson de que será capaz de encontrar una composición perdida, compuesta por su mentora, Katharine (Louise Gold), quien lamentablemente falleció semanas atrás. Y contra todo pronóstico, Melanie cumple dicha misión. Pero hay un problema: dicha composición orquestal cuenta con características malignas, y en realidad no fue compuesta por Katharine. Se trata de una melodía antigua que llama al Flautista de Hamelin (Boyan Anev) para que se lleve a cualquier niño que pueda encontrar a su dimensión oscura. Lo cual, como se imaginarán, pone en peligro a las ambiciones de nuestra protagonista, pero también a su pequeña hija con problemas de audición, Zoe (Aoibhe O’Flanagan).

Ni el título en español ni el trailer lo mencionan, pero resulta interesante que “La melodía del diablo” esté ligeramente basada en la historia original del Flautista de Hamelin, considerablemente más oscura y macabra que la versión para niños que todos conocemos. Y aunque dicho personaje termina convirtiéndose, para el final de la película, en una suerte de versión barata de Freddie Krueger, al menos durante los primeros dos tercios de metraje logra presentarse como una figura misteriosa, que acecha a nuestros protagonistas desde las sombras, y que utiliza a Melanie para completar la composición que le permitirá atrapar a cuanto niño pueda.

No es un mal villano. Y siendo justos, la premisa de “La melodía del diablo” tampoco lo es. El guion del también director Erlingur Thoroddsen desarrolla la narrativa con suficiente misterio, develando de forma gradual la identidad de la fuerza sobrenatural que acecha a Melanie y su hija, y construyendo de forma verosímil la rivalidad entre ella y Franklin, y la relación algo abusiva que la primera tiene con Gustafson. De hecho, hasta me animaría a decir que, durante la primera mitad de la cinta, la TRAMA de “La melodía del diablo” estaba funcionando mejor para mi que cualquier aspecto supuestamente terrorífico de la dirección. Pero es ahí, precisamente, donde radican los mayores problemas de “La melodía del diablo”.

En pocas palabras: la película no da miedo. Para nada. Habré saltado un par de veces —gracias a apariciones repentinas o sonidos fuertes—, pero como director, Thoroddsen nunca logra desarrollar ningún tipo de atmósfera de tensión u horror. Hace uso de demasiados clichés —hay un carro que no enciende a la primera, porque POR SUPUESTO—, y para el último tercio de trama, cuando revela tanto la apariencia como las intenciones del Flautista, todo se va al diablo (ja). Tenemos de todo: efectos visuales horrendos (ojos “malignos” que dan más risa que miedo), sets poco verosímiles (y en el caso de una escena en particular, cubiertos por filtros horrorosos), y momentos supuestamente tensos que hicieron reír al público en la sala a la que fui. Lo que viene antes no es espectacular, precisamente, pero el desenlace de “La melodía del diablo” es TAN malo, que termina por arruinar la experiencia en general.

Lo cual es una pena, porque la PREMISA de “La melodía del diablo” no carece de potencial. Mucho nos dice sobre el poder de la música; sobre lo atractiva y hasta hipnotizante que puede ser. Pero aquel contenido temático es rápidamente abandonado para mostrarnos escenas absurdas de persecución, la representación ridícula de un mundo alterno (donde la nieve que cae del cielo más bien parece algodón), y un enfrentamiento final mal iluminado que termina por acabar con cualquier credibilidad que le podría quedar al filme. Al menos me puedo quedar con UNA instancia de “gore” bien ejecutado; el único momento que realmente hizo que dejara de ver la pantalla por unos segundos.

Me entristece, pues, que “La melodía del diablo” sea una de las últimas películas en las que apareció el gran Julian Sands. Y me puso incómodo ver cierto mensaje antes de los créditos (“dedicada a nuestro maestro Julian”), especialmente considerando lo que sucede con su personaje minutos antes. Sands merecía un mejor proyecto —él, como siempre, está impecable—, y hasta el Flautista de Hamelin merecía una mejor reinterpretación de su historia. Si son fanáticos del terror, no encontrarán nada de interés en “La melodía del diablo”; de hecho, se reirán en vez de gritar de miedo. Y si lo que buscan es una historia interesante o buenas actuaciones, sí encontrarán algo de eso —pero no lo suficiente como para convertir al filme en una experiencia tensa, entretenida o verosímil. Esta es una melodía que olvidaré rápidamente.

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