Máquinas Mortales

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Ciudades gigantes sobre ruedas. Se trata de un concepto potencialmente absurdo, el cual, si es tratado torpemente, puede resultar en un producto final ridículo e inverosímil. Y aunque la más reciente producción de Peter Jackson (“El señor de los anillos”) jamás llega a estar al mismo nivel que las mejores aventuras llevadas a cabo en la Tierra Media, tampoco se trata del desastre absoluto que esperaba ver luego de haber leído tanta crítica negativa. “Máquinas mortales” es un filme ambicioso y visualmente espectacular, el cual logra desarrollar un interesante mundo de manera inesperadamente profunda e intrigante. Es una lástima, entonces, que dicho mundo esté poblado por personajes tan aburridos, y que la cinta se dedique a contar una historia previsible y hasta sosa.

“Máquinas mortales” se lleva a cabo miles de años en el futuro, en una Tierra posapocalíptica en donde la gente se moviliza en ciudades sobre ruedas, y donde los Antiguos (es decir, nosotros) son considerados como salvajes que fueron capaces de destruir sus propias civilizaciones en tan solo sesenta segundos. Al comenzar la película, vemos a nuestra heroína, Hester Shaw (Hera Hilmar, muy parecida a una joven Anna Friel) en el interior de una pequeña ciudad móvil, escapando de Londres, la cual, literalmente, está a punto de tragarse a su poblado. Es ahí que nos enteramos de cómo funcionan estas ciudades: las más grandes se tragan a las pequeñas,  “absorben” a sus pobladores, convirtiéndolos en parte de la fuerza trabajadora, y utilizan su gasolina para seguir avanzando.

Las cosas están a punto de cambiar, sin embargo. Uno de los líderes de Londres, el evidentemente maligno Thaddeus Valentine (Hugo Weaving) está recolectando piezas de tecnología vieja para recrear el arma gigante que usaron los Antiguos para destruir el mundo, y convertirse en el nuevo líder de tanto los poblados nómades, como los asentamientos inmóviles. Por su parte, Hester quiere cobrar venganza de Thaddeus —él mato a su mamá cuando era pequeña, obligándola a convertirse en una mujer aguerrida y solitaria. Es ahí donde entra a tallar Tom Natsworthy (un confundido Robert Sheehan), un historiador fanático de Thaddeus… hasta que este descubre su más oscuro secreto y lo bota al tacho de basura (literalmente). Como se deben imaginar, Robert se une a Hester para vengarse de Thaddeus, y evitar que este destruya a las fuerzas de la resistencia (sí, en serio) y al resto del mundo.

El “world-building” (es decir, el desarrollo creíble de un mundo fantástico) es uno de los mayores retos con los que cualquier cineasta Hollywoodense se puede encontrar a la hora de traer una de estas historias a la pantalla grande. Existen cientos de películas potencialmente interesantes que se quedan a medio camino precisamente porque el mundo en el que se llevan a cabo sus historias nunca llegan a convencer —el vestuario se ve demasiado nuevo, los sets parecen sets, los efectos visuales lucen falsos, o en general, carecen de atmósfera, haciendo que su mundo no se sienta como un lugar gastado, usado, o simplemente creíble.

Felizmente, “Máquinas mortales” no tiene ese problema. Desde el primer minuto, uno cree en este mundo (si es que no tiene problemas con ver ciudades enteras movilizándose a toda velocidad, claro está) y se maravilla con algunas de las imágenes que la cinta tiene para ofrecer. En términos generales, el Planeta Tierra de “Máquinas mortales” no se parece demasiado a nada que hayamos visto antes en la pantalla grande, incluso para aquellos que disfruten del steampunk en general, o de las historias posapocalípticas que con tanta frecuencia se han visto en las adaptaciones de novelas para jóvenes. La persecución que abre la película, por ejemplo, es particularmente emocionante, y logra contarnos bastante sin abusar de los diálogos expositivos por parte de los protagonistas (por más que cuente con una breve narración inicial, la cual, felizmente, no vuelve a aparecer hasta el final del filme).

Los problemas comienzan con la trama, lamentablemente. Siendo amables, se podría decir que “Máquinas mortales” es una mezcla de diferentes inspiraciones, tanto literarias como cinematográficas. La cinta incluye guiños a filmes como “Star Wars: Episodio IV – Una nueva esperanza” o la primera película de “Mad Max”; a cómics del subgénero del steampunk, y hasta a novelas de Ray Bradbury. Esto no molesta demasiado al inicio, cuando uno se ve absorbido por los nuevos conceptos y los grandes efectos visuales, pero se va haciendo más evidente mientras la cinta va avanzando. El clímax, en particular, es demasiado parecido al ataque de la Estrella de la Muerte de “Una nueva esperanza” Y a los últimos minutos de “Rogue One”. Solo faltaba que Hugo Weaving se convirtiese en Darth Vader y ya teníamos una copia exacta.

Lo cual es una pena, porque con un concepto tan distinto y visualmente único, se podría haber desarrollado una historia más original y emotiva. Además, considerando que la mayoría de personajes depende tanto de los poblados móviles como de tecnología que, a pesar de tener varias influencias steampunk (¿u oilpunk?), nunca llega a ser tan avanzada como la nuestra, realmente no me parecía necesario incluir naves tipo cazas ni pistolas. Súmenle a esto un personaje estilo monje que aparece hacia el final de la historia, un MacGuffin absurdamente similar al de “Spider-man: un nuevo universo” (¡sí, un maldito USB!), y referencias a los Minions (!) y nuestros smartphones, y uno no puede evitar sentir que “Máquinas mortales” termina siendo, para ser coloquial, un “arroz con mango”.

Los personajes tampoco ayudan. La Hester Shaw de Hera Hilmar es demasiado misteriosa para su propio bien —sí, nos enteramos bastante de su infancia gracias a un par de flashbacks, pero uno nunca llega a empatizar demasiado con ella, ni a tener una idea muy clara de lo que piensa o siente. Robert Sheehan da vergüenza ajena como Tom —el personaje tiene poco o nada qué hacer en la película (aparte de cometer error tras error), y el actor no puede dejar de poner cara de perdido o confundido, incluso cuando se supone que está cometiendo un acto heroico. Hugo Weaving está acá solo por el sueldo (podría interpretar a un villano como Thaddeus hasta dormido), Jihae tiene algo de carisma como la competente Anna Fang (por más que en sus primeras escenas luzca como un extra de “Matrix Recargado”) y Stephen Lang está criminalmente desperdiciado como Shrike, un Terminator Zombie con Cara de Snoke que habla como cavernícola, y que podría haber sido eliminado de la cinta sin mayores consecuencias.

No puedo evitar sentirme extremadamente decepcionado por “Máquinas mortales”. Considerando la cantidad de secuelas, precuelas, remakes y reboots que Hollywood estrena año tras año, una cinta tan original (a nivel conceptual) como esta (por más que sea la adaptación de un libro) debería ser mejor; debería tener mejores protagonistas, debería tener una trama que no se sienta como una amalgamación de influencias y referencias y copias directas, y debería ser más entretenida y emotiva. Pero no lo es. Puede que Christian Rivers sea el director, pero algo de culpa tiene que caerle a Peter Jackson, quien coescribe y coproduce este bullicioso y ambicioso blockbuster. De repente ya es hora de que descanse un poco de este tipo de producciones y se dedique a, por ejemplo, los documentales. Se supone que “They Shall Not Grow Old” es una joya. Pero a diferencia de “Máquinas mortales”, no la estrenarán en el Perú. Me muero por verla.

 

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