Silencio

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Ignorada por la Academia este año, Silencio, el proyecto de pasión del maestro Martin Scorsese, es una de sus obras menores. En general cautivante, pero irregular tanto en ritmo como en la caracterización de sus protagonistas, Silencio es un filme que le exige mucho a sus espectadores: paciencia, una mente abierta —especialmente a aquellos que no son creyentes—, y la capacidad de meterse en un mundo que es introducido lenta y frustrantemente.

Es cierto que el público contemporáneo no disfruta mucho de las películas de ritmo lento —acostumbrado a blockbusters atolondrados y acelerados, un filme que se toma su tiempo, que introduce su narrativa de manera pausada y que se detiene de cuando para que uno pueda absorber la escenografía, los paisajes, y pueda meditar sobre las situaciones por las que los personajes están pasando, podría resultar aburrido para algunos.

Y es cierto que Silencio no comienza de una manera particularmente emocionante —desafortunadamente, la película tarda en atrapar a su público. La primera hora de metraje es irregular, haciendo de sus protagonistas meros espectadores en un mundo que conocen poco, dándole los roles más significativos —y activos— a personajes secundarios, con los cuales es más fácil identificarse. Esta vendría a ser la prueba de fuego de parte de Scorsese —si son capaces de mantenerse atentos durante esta primera sección de la historia, estoy seguro que disfrutarán mucho de Silencio. Una vez que la cinta agarra tracción, logra desarrollar momentos verdaderamente emotivos e intelectualmente exigentes.

De hecho, la película tiene mucho qué decir sobre una serie de temas importantes, razón por la cual el ritmo no fue un problema para mi. A diferencia de la mayoría de largometrajes que se estrenan en nuestros cines, Silencio no es solo entretenimiento puro, o una maravilla visual sin contenido alguno. El filme se siente como una culminación de lo que Scorsese comenzó con La última tentación de Cristo y Kundun —una reflexión sobre la fe, sobre lo que uno tiene que negar o renunciar para salvar vidas, sobre la relevancia de la “misión” Cristiana en un mundo que no quiere ser convertido, necesariamente. Son preguntas intrigantes las cuales no son resueltas del todo en la película.

A pesar de lo que el material promocional nos quiere hacer creer, el protagonista de Silencio es Andrew Garfield, no Liam Neeson. El ex-Hombre Araña interpreta al Padre Rodrigues, un cura Jesuita portugués del siglo 17 que, junto a su compañero, el Padre Garpe (Adam Driver), viaja a Japón para buscar a su mentor supuestamente venido a menos, el Padre Ferreira (Liam Neeson). Una vez que llegan, sin embargo, se enteran de que las cosas están mal para los católicos japoneses —están siendo perseguidos y ejecutados por un Inquisidor, Inoue (Issei Ogata), quien ha prohibido la religión a lo largo y ancho del país. Experimentando de primera mano la manera en que los creyentes son obligados a renunciar a su fe para poder sobrevivir, Rodrigues comenzará a cuestionar sus propias creencias, conflicto interno que se vuelve incluso más potente cuando finalmente se encuentra con Ferreira.

Puede que la búsqueda de Ferreira sea el detonante de la trama, pero no es el aspecto más importante de la narrativa. De hecho, una vez que Rodrigues y Garpe llegan a Japón, la película se concentra más en sus experiencias con las aldeas de japoneses cristianos, la manera en que tienen que esconderse para sobrevivir, y sus encuentros lejanos con el Inquisidor. Esta es otra razón por la que la primera hora de metraje no funciona tan bien como el resto de la cinta —el foco de la historia no es claro, y muchas de las escenas protagonizadas por Rodrigues se sienten redundantes, presentando los mismos conflictos y temas una y otra vez.

No obstante, cabe recalcar que las mejores escenas de la cinta son precisamente las de confrontación entre Rodrigues y otros personajes (como el Inquisidor y el mismo Ferreira), momentos en los que los cuestionamientos teológicos cobran mucha más importancia. Dichos intercambios no se sienten gratuitos —sirven para desarrollar al personaje de Rodrigues, y también para resaltar algunos temas que habían sido tocados anteriormente solo de manera superficial.

Esta es la segunda película en la que Andrew Garfield interpreta a un personaje de fe enfrentándose a enemigos japoneses (la primera es Hasta el último hombre). Su trabajo en Silencio no es malo — logra convertir a Rodrigues en un protagonista tridimensional y frustrante, un hombre cuyo propio ego, por momentos, le impide ayudar a la gente que más lo necesita. (Las escenas en las que alucina con un retrato de Cristo de El Greco son verdaderamente perturbadoras). Su acento portugués es irregular, pero al menos trata de utilizar uno, a diferencia de Adam Driver y Liam Neeson.

Incómodamente delgado, Driver no hace un mal trabajo como Garpe —lamentablemente, su personaje desaparece por una buena porción de la película, lo cual disminuye su importancia en la historia. Neeson, como siempre, se roba todas las escenas en las que aparece, y los actores japoneses son brillantes —Issey Ogata en particular, como Inoue Masashige el Inquisidor, es muy bueno. Logra desarrollar a un villano carismático, el cual uno jamás siente está actuando de manera maligna o irracional —él, simplemente, está en desacuerdo con las acciones de los cristianos, y está dispuesto a hacer de todo para erradicarlos del país.

A nivel técnico, Silencio es una maravilla, lo cual, a estas alturas, no debería ser una sorpresa, considerando el trabajo previo de Scorsese. La dirección de fotografía del mexicano Rodrigo Prieto (nominado al Óscar) aprovecha al máximo las locaciones en Taiwan (su uso de la neblina es espectacular), y su manejo de cámara, aunque jamás demasiado vistoso, es efectivo. Como siempre, Scorsese hace un gran uso de los paneos para revelar o esconder personajes o situaciones, grabando muchas escenas exclusivamente desde el punto de vista de Rodrigues, utilizando lentes largos para marcas distancias claras. Puede que Silencio sea muy lenta para algunos, pero sus cualidades visuales podrán mantener atentos a más de un miembro del público.

Sin ánimos de malograrle la experiencia a aquellos que todavía no hayan visto la película, Silencioconcluye de manera decepcionante, con un epílogo largo e innecesario narrado por un personaje del que sabemos muy poco. De hecho, considerando el ritmo lento y algunas escenas irrelevantes, creo que Silencio muy bien podría haber durado veinte o treinta minutos menos sin cambiar la narrativa o la experiencia en general. El epílogo en particular se siente redundante y gratuito.

Silencio es una película imperfecta, una obra menor en la filmografía de Scorsese, pero considerando que se trata de uno de sus proyectos de pasión, es infinitamente más ambiciosa y valiosa que la mayoría de películas que se estrenan semana a semana. Sí, es lenta y larga y por momentos muy exigente, pero si van a verla con paciencia, dispuestos a tener una experiencia intelectual y emotivamente estimulante, saldrán del cine con mucho de qué hablar.

 

Avance oficial:

75%
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