Si es necesario describir a “Moonfall” en una sola oración, podría ser como “la película más de Roland Emmerich que Roland Emmerich jamás haya Emmerichiado”. No es una exageración. Lo que hace su nueva cinta de desastres, ciencia ficción y fantasía espacial, es combinar la destrucción de “2012”, con algunos elementos de “El día de la independencia”, y por qué no, hasta “El día después de mañana”. ¿El resultado? Una película imposible de tomar en serio, y que sin embargo termina siendo bastante entretenida. Siempre y cuando estén dispuestos a suspender su incredulidad desde el primer segundo de metraje, claro está.
Patrick Wilson interpreta a Brian Harper, un ex-astronauta que dejó de trabajar para la NASA luego de que se involucró en un accidente espacial junto a su compañera, Jo Fowler (Halle Berry), el cual resultó en la muerte de otro astronauta. Años después, ambos tienen que reunirse luego de que un pseudo-científico fanático de las teorías de conspiración, KC Houseman (John Bradley) hace un terrible descubrimiento: la luna está cambiando de posición, y se está dirigiendo hacia la Tierra. Con el tiempo corto, el trío se involucra en una misión suicida para corregir la posición y movimiento de la luna, mientras que el mundo comienza a sufrir los efectos catastróficos de dicha situación.
Mientras que filmes como “El día después de mañana” estaban, aunque sea, basados en teorías científicas y en data real sobre el calentamiento global, con “Moonfall”, Emmerich ha abandonado cualquier referencia o inspiración que podría haber tenido en el mundo real. Lo que tenemos acá es fantasía pura y dura, que combina teorías de conspiración loquísimas con eventos reales y ciencia ficción, para desarrollar una narrativa que se va tornando más y más alocada mientras sus protagonistas van descubriendo los secretos detrás (o dentro) de la luna. Uno tiene que estar bien mentalizado de que se pondrá a ver un filme que, frecuentemente, no tiene sentido, o que resulta inverosímil incluso para aquellos que sepan poco o nada sobre ciencia. De lo contrario, la podría pasar mal.
De hecho, “Moonfall” es el tipo de película que podría ser “tan mala que es buena” o simplemente mala, dependiendo de la perspectiva que cada miembro del público tenga. El diálogo trata de ser gracioso pero la mayor parte del tiempo no da risa, la historia se mueve a un ritmo aceleradísimo, sin darle tiempo de respiro a las revelaciones más dramáticas o a las subtramas estereotípicas que involucran a sus personajes secundarios. Y las secuencias de destrucción, aunque técnicamente impresionantes, no parecen ser el foco de la película. Es como si Emmerich se hubiera dado cuenta que no podía superar a lo que hizo en “2012”, y por ende decidió enfocarse en otra cosa.
¿Y qué es esa otra cosa? Pues dar muchos detalles involucraría incluir spoilers. Todo lo que diré es que el tercer acto de “Moonfall” es de lo más absurdo que haya visto en un blockbuster en mucho tiempo, mezclando escenas que parecen haber sido sacadas directamente de “Star Wars”, con conceptos que, salvando las distancias, me recordaron un poco a “2001: una odisea en el espacio”. No se puede negar, en todo caso, que Emmerich tiene cojones; no parece estar particularmente interesado en desarrollar una narrativa que se sienta coherente o que le deje al espectador absorber lo que está viendo. Simplemente lanza más y más ideas locas a la pantalla, mezclándolas con acción y efectos visuales y chistes, como diciendo “¡más es mejor!”. Más no siempre es mejor, pero en este caso, al menos hace que sea prácticamente imposible aburrirse.
No hace falta decir, entonces, que ninguno de los actores que aparecen en “Moonfall” dan las mejores actuaciones de sus carreras. Patrick Wilson está bien como el héroe de turno, un piloto que se dejó llevar por sus desgracias luego de la fallida misión (aunque para ser un vago y un alcohólico, parece tener buen físico), pero que ahora tiene una nueva oportunidad de salvar al mundo. Como Jo, Halle Berry no tiene mucho qué hacer, pero hace buena pareja (profesional) con Wilson, al menos. Por su parte, John Bradley comienza de manera algo desesperante pero para el final, participa en una de las pocas escenas emotivas del filme. Y Michael Peña está absolutamente desperdiciado en un rol estereotípico y gratuito.
No hay mucho más que pueda escribir sobre “Moonfall”. Es lo que es: espectáculo puro, sin una sola neurona en su cabeza, inspirada más en las óperas espaciales que todo el mundo disfruta, sin estar interesada en cómo funciona la física, la gravedad, o siquiera los satélites espaciales naturales (o artificiales). No tiene mucho sentido, es frecuentemente desesperante, y se mueve a un ritmo acelerado que no deja procesar mucho de lo que ocurre en pantalla. Pero a la vez, es tan absurda, tan loca y tan descaradamente idiota, que no resulta difícil admirar lo que Emmerich ha hecho. ¿Pero saben lo que es más gracioso? Que “Moonfall” termina con un sequel bait, totalmente segura de que tendrá una segunda parte. Ya pues, eso es tener cojones.
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