El hombre invisible

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Luego de que Universal Studios no pudo comenzar un Universo Cinematográfico de Terror ni con  Dracula Untold” (una historia de horror y acción bastante decente) ni con el infame remake de “La Momia” con Tom Cruise (un desastre absoluto que mucho tenía que envidiarle a la cinta noventera con Brendan Fraser y Rachel Weisz), sus creativos decidieron tomar una ruta distinta: en vez de desarrollar proyectos millonarios enfocados en la acción y los efectos digitales, comenzarían a lanzar películas de terror minimalista, dirigidas por cineastas de culto y protagonizadas por actores menos conocidos, pero quizás, más adecuados para este tipo de historias.

En pocas palabras: comenzaron a poner a sus personajes de terror en películas de terror. ¡Pero qué idea más revolucionaria!

Sarcasmos aparte, sin embargo, se nota desde la primera escena de “El hombre invisible”, de Leigh Whanell, que esta fue la mejor idea que tanto el estudio como el director pudieron tener. Lo que tenemos acá es un filme de terror psicológico, el cual utiliza su intrigante premisa como una suerte de metáfora para el gaslighting y el abuso doméstico, convirtiendo al personaje del título en el villano absoluto de la historia, y no en el héroe (como a Tom Cruise le hubiese gustado, seguramente). Increíblemente tensa, visualmente elegante, y protagonizada por una genial Elisabeth Moss, “El hombre invisible” es de las mejores películas de terror y suspenso que haya visto en un buen tiempo. Es decir: ¡todo lo opuesto al remake de “La Momia”!

Al comenzar la película, vemos como Cecilia Kass (Elisabeth Moss) escapa de casa y, más importante, de su abusivo esposo, Adrian (Oliver Jackson-Cohen). A pesar de llevarse un buen susto, logra mudarse a la casa de su amigo policía, James (Aldis Hodge), quien vive con su hija, Sydney (Storm Reid). Y aunque Cecilia (o C) logra vivir en paz durante algunos meses, especialmente luego de enterarse de que Adrian se ha suicidado, las cosas comienzan a ponerse algo raras: comienza a sentir una presencia a su alrededor en la casa de James, y hasta ve como algunos objetos se mueven solos, como por arte de magia. Es así que se convence de que Adrian no está muerto, y que más bien, al ser un experto en el mundo de las ópticas, ha encontrado una manera de volverse invisible. ¿El problema? Nadie parece estar dispuesto a creerle.

La manera en que Whanell ha logrado darle un toque de modernidad al concepto original de Wells es de lo más astuta; de hecho, lo único que conserva esta nueva película de la historia original es la premisa. Todo lo demás es una construcción original de Whanell, la cual, como se mencionó líneas arriba, desarrolla un paralelo entre la invisibilidad (literal) del personaje del título, con el gaslighting y abuso emocional del que muchas mujeres sufren día tras día. Es así que Adrian se asegura de que nadie vaya a creerle a C; deja suficientes pistas como para demostrar que está “loca”, y hasta la culpa de ciertas acciones, como para que la pobre termine encerrada en un hospital psiquiátrico.

No es necesario aclarar, entonces, que se trata de una experiencia absolutamente aterradora e incómoda. De hecho, hace tiempo que no me sentía tan tenso a la hora de ver una película. Whanell se asegura de que convertir a C en una protagonista con la cual resulta muy fácil identificarse; vivimos la historia desde su punto de vista, viendo como, poco a poco, Adrian convierte su vida en un infierno, atacando a la gente que la rodea, y tratando de obligarla a que regrese con él. Se trata de un manipulador absoluto, de un villano que resulta verdaderamente aterrador, porque sus poderes le permiten realizar actos terribles sin que nadie se dé cuenta. Es una gran metáfora para contar una historia sobre el poder que manejan muchos hombres blancos en nuestra sociedad: el poder de actuar sin pensar en las consecuencias, haciendo que la mayoría de gente se haga de la vista gorda.

Se trata, entonces, de una película que justifica al máximo las acciones tanto de la protagonista como del villano, y que demuestra que estos monstruos —el hombre invisible, el hombre lobo, el monstruo de Frankenstein, y más— pueden ser adaptados a tiempos modernos, manteniéndolos como villanos, sin convertirlos —forzadamente— en héroes. Comparen, además, el tratamiento del material en esta película, con la versión Hollywoodense de Paul Werhoeven y Kevin Bacon del año 2000. Mientras que dicha película —“El hombre sin sombra”— manejaba un tono más bien errático y trataba al personaje del título como un asesino tipo slasher, al más puro estilo de Jason Vorhees, lo que acá tenemos es un personaje más redondo, y que da más miedo porque se asemeja más a lo que uno puede ver en el día a día. Los hombres (literalmente) invisibles no existen, pero los hombres que abusan de sus parejas —tanto psicológica como físicamente— están en todas partes, desgraciadamente.

Adicionalmente, “El hombre invisible” sirve como evidencia de lo mucho que ha crecido Whanell como director. Se trata de un filme desarrollado de manera sutil y muy visual; consideren, si no, las pistas que nos va dejando en las primeras escenas, en donde la cámara se mueve únicamente cuando es necesario, a veces concentrándose en el espacio detrás de uno de los personajes, o realizando un paneo para revelar un espacio vacío que, posiblemente, en realidad está siendo ocupado por Adrian. Este elegante manejo de cámaras, junto a la cinematografía oscura y con algunos tintes azules, le otorgan una estética muy vistosa y efectiva a la película. Además, Whanell no abusa de los jump scares ni de los sonidos chirriantes para asustar a su público; más bien, prefiere desarrollar una palpable atmósfera de suspenso, la cual le pedirte a uno preocuparse por C, y desear que pueda escaparse del invisible Adrian.

Si la película termina de cuajar, sin embargo, es porque Elisabeth Moss da una excelente interpretación como C. La desarrolla como una mujer vulnerable, que recién se está recuperando de años de tormento y de abuso, pero que poco a poco va haciéndose más fuerte para enfrentar, de una vez por todas, al hombre que tanto daño le causó. Se trata de una actuación muy expresiva —Moss es capaz de hacer mucho con solo expresiones faciales, por ejemplo— y que convierte a C en una protagonista verosímil y muy humana. Fuera de Moss, también desatacan Aldis Hodge (y sus músculos) como James, Storm Reid como la pequeña Sydney, y por supuesto, Oliver Jackson-Cohen como Adrian (a pesar de que no lo vemos mucho en pantalla… je).

Se podría argumentar que los últimos diez minutos de metraje se sienten algo innecesarios. O que la película se desinfla ligeramente durante el tercer acto, pidiéndole al público que se trague ciertas contorciones narrativas algo inverosímiles. Pero Whanell hace las cosas tan bien durante los dos primeros actos, que esto último no me terminó fastidiando demasiado (e igual resulta en momentos increíblemente catárticos y emocionalmente satisfactorios). “El hombre invisible” es el reboot que no sabíamos que necesitábamos: una película minimalista de terror, que confía en su público, y que a diferencia de “La Momia”, no trata de construir un Universo Cinematográfico sin siquiera tratar de desarrollar una buena historia primero. Nuevamente: lo que necesitan estos personajes de terror, son películas de terror. ¡Ojalá se animen a hacer lo mismo con los otros monstruos!

 

Avance oficial:

90%
Puntuación
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2 Comentarios
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