Jamás llegarán a viejos

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A pesar de haber sido decepcionado por sus últimas películas —en especial la trilogía de “El Hobbit”, la cual nunca llegó a alcanzar los mismos niveles de calidad que las cintas de “El Señor de los Anillos”—, sigo siendo fanático de Peter Jackson. Se trata, pues, de un cineasta inmensamente talentoso, un director con un gran ojo para sus encuadres y edición pero que también es capaz de desarrollar historias intensas y muy emotivas, siempre enfocándose en el lado humano, pero también aprovechando al máximo los recursos que tiene a la mano, para crear imágenes memorables, muchas veces generadas por computadora. A veces se deja llevar por sus excesos, es cierto, pero es bien difícil que no haga algo, al menos, ocasionalmente interesante.

Es por todo esto que estaba muy emocionado por ver su más reciente proyecto, “Jamás llegarán a viejos”. Después de todo, no se trata de un largometraje épico más ni de otra adaptación de un libro a la pantalla grande. “Jamás llegarán a viejos” es un documental que homenajea a los soldados británicos de la Primera Guerra Mundial, que le permite al espectador sentirse como un cabo más en medio del caos y la muerte, y que transmite mucho a nivel emocional gracias a sus innovaciones técnicas y visuales. Considerando los riesgos que Jackson tomó para este proyecto —y que, felizmente, la BBC apoyó en todo momento—, “Jamás llegarán a viejos” pudo haber terminado como un experimento fallido. Felizmente, ese no es el caso.

A diferencia de un documental común y corriente, “Jamás llegarán a viejos” no se enfoca en mostrar datos históricos, o analizar el conflicto a nivel social o político. No hace uso de una narración en off, ni de entrevistados que se muestran frente a cámaras. No recrea los eventos de hace más de cien años, ni utiliza frases de libro de texto escolar para explicarlos. Lo que Jackson ha hecho es infinitamente más interesante: junto con su equipo en Wingnut Films, revisó más de 100 horas de filmaciones de la Primera Guerra Mundial; restauró todo, seleccionó lo que le servía, corrigió el frame rate, lo colorizó, y lo combinó junto con entrevistas en off a soldados de la época (tuvo que revisar más de 600 horas de audios) para darle un hilo conductor al documental.

Y no se trata de cualquier trabajo de restauración y colorización. Lo que Jackson ha realizado es verdaderamente magnífico. Al ser filmaciones de principios del siglo pasado, la mayoría de imágenes estaban a 12, 14, 16 cuadros por segundo, y todas fueron transformadas a 24 cuadros por segundo, para que fluyan, para que se muevan a la velocidad a la que estamos acostumbrados y no se asemejen a un corto humorístico de Charlie Chaplin. Y la colorización, a diferencia de lo que uno esperaría, es naturalista, realista. No se abusa de la saturación de colores como el verde o el azul; se nota que se hizo un arduo trabajo de paleta de colores y de investigación de referencias para llegar a un look extremadamente atractivo, pero a la vez, verosímil.

Y cómo olvidar el hecho de que tuvieron que reparar ciertos detalles de las filmaciones, o que, para meter más al espectador en el contexto del documental, se contrató a expertos en lectura de labios para luego doblar las voces de todos los solados que aparecen en pantalla, y por supuesto, incluir efectos de sonido ambientales, o de vehículos como tanques o animales como caballos. Se trata de un trabajo que realmente convierte a “Jamás llegarán a viejos” en una experiencia inmersiva como ninguna otra, la cual le otorga vida a filmaciones de hace más de cien años, convirtiendo a estos soldados, a quienes muchos veíamos a distancia, como vagos recuerdos del pasado, en verdaderos seres humanos con los que podemos empatizar. Es extraordinario.

Todas estas innovaciones tecnológicas no servirían de nada si no estuvieran al servicio de un propósito mayor… pero felizmente, eso es lo que hace Jackson, precisamente. Su meta no era educar a su público, si no más bien adentrarlos en la vida diaria de un soldado británico en la Primera Guerra Mundial, desde que se enlistaba, hasta que pasaba por el entrenamiento, era mandado a Francia, metido en las trincheras, enviado a pelear, y finalmente, regresado a casa. Jackson nos hace pasar por la jornada entera, dejando muy pocos detalles sin ser mostrados. Vemos —y escuchamos— cómo vivían en las trincheras; cómo preparaban el té, como dormían, como trataban de mantenerse aseados… y claro, cómo iban al baño. “Jamás llegarán a viejos” mete al espectador en el día a día de estos soldados, haciendo que este realmente sienta que está ahí, con ellos, en medio de la guerra y el terror y el miedo y los bombardeos y la muerte.

Porque la muerte es una amenaza constante en “Jamás llegarán a viejos”. Vemos los cientos de cadáveres que se van acumulando alrededor de las trincheras, en medio del lodo, abandonados o enterrados. Nos narran cómo cada soldado perdía un nuevo amigo cada día, gracias a los snipers alemanes o los bombardeos. Vemos cómo los soldados se enfermaban, o cómo regresaban heridos de la batalla, a veces con huecos de bala en el cuerpo, a veces sin extremidades o con tajos en la cara. Experimentamos junto a ellos su gradual deshumanización, pero también, ciertos momentos en donde se daban cuenta que, efectivamente, estaban peleando contra otros seres humanos, igual de jóvenes que ellos, e igual de desinteresados en el resultado de la guerra. Británico o alemán; joven o viejo… todo lo que querían era que el conflicto acabe, para poder regresar a casa.

Sí, trasmitir que la guerra es un infierno no es nada nuevo en lo que se refiere a este tipo de documentales, pero a diferencia de otras propuestas, acá uno realmente llega a sentir lo que estos soldados probablemente sentían, justificando los sentimientos anti-guerra de tanta gente que, felizmente, nunca ha tenido que vivir algo así. “Jamás llegarán a viejos” es lo más cercano que tendremos a estar dentro del campo de batalla con estos soldados, lo cual resulta en una experiencia innegablemente chocante y emotiva. Consideren, si no, la secuencia en la Tierra de Nadie, en donde escuchamos el testimonio de un soldado que vio a un compañero hecho pedazos pero todavía vivo, con los ojos colgando de su rostro. Escuchar cómo tuvo que matarlo por piedad pura; escuchar cómo se quiebra mientras termina de contar su historia… es desgarrador.

El documental entero no es así de fuerte, pero no tiene que serlo. Lo potente de “Jamás llegarán a viejos” es que, por fin, logra aclarar los rostros de los participantes de la Primera Guerra Mundial, un conflicto que nunca recibe el mismo tipo de atención en Hollywood que la Segunda. Las caras de estos soldados realmente cobran vida; los vemos correr, los vemos reír, los vemos fastidiarse entre ellos y los vemos comer y tomar… y sí, los vemos morir también, no en tiempo real, pero sí luego de cada batalla, tirados en el piso, sangre y lodo y excremento por todas partes. Muchas películas, ya sean de ficción o documentales, nos dicen mucho sobre lo terrible que puede ser la guerra, pero “Jamás llegarán a viejos” simplemente hace que uno lo experimente y lo sienta. Es una experiencia única.

Es cierto que el comienzo hubiese podido ser más corto —especialmente porque consiste de imágenes “regulares” en blanco y negro algo repetitivas— y es cierto, también, que no dice nada particularmente nuevo… pero acá lo importante es cómo lo dice, y cómo la forma influye en el fondo, para desarrollar una experiencia nueva y potente. “Jamás llegarán a viejos” es una película revolucionaria, sí, la cual ha logrado restaurar y revivir imágenes que jamás nos imaginamos podrían lucir tan cercanas, pero también se trata de un intenso homenaje a aquellos que perdieron su vida durante una guerra tan cruenta. No los que tomaban las decisiones o se quedaban viendo todo desde lejos, si no los que estaban en medio de toda la sangre y la mugre, muriendo por un conflicto que no entendían del todo, siguiendo órdenes porque así debían hacerlo y no porque, siquiera, odiasen al enemigo. Vayan a ver “Jamás llegarán a viejos” en pantalla grande; es una experiencia que dudo vayan a tener otra vez en el futuro cercano.

“Jamás llegarán a viejos” está siendo proyectada únicamente en tres salas de Lima: Cineplanet Alcazar, Cineplanet San Miguel, y Cineplanet Salaverry.

 

Avance oficial:

90%
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