La vida misma

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Considerando lo negativos que habían estado los comentarios, tanto de espectadores comunes y corrientes como de críticos profesionales, no le tenía demasiada fe a “La vida misma”. Lo cual es una pena, porque el talento tanto detrás como frente a cámara es considerable —el director/guionista Dan Fogelman es el creador de la popular serie de televisión “This is us”, y el filme cuenta con la participación de actores de la talla de Oscar Isaac, Olivia Wilde, Annette Bening, Olivia Cooke y Antonio Banderas. ¿Cómo es que un drama con un reparto de esa calidad, y tanto talento detrás de cámaras pueda llegar a decepcionar?

Pues para mi (grata) sorpresa, “La vida misma” no terminó siendo tan decepcionante como esperaba. No me tomen a mal; no se trata de una obra maestra ni mucho menos, pero considerando la calificación tan baja que tiene en diversos sitios web especializados, honestamente pensé que se trataría de un desastre absoluto. Pero ese no es el caso. “La vida misma” es un drama innegablemente ambicioso; fallido, sí, pero ocasionalmente emotivo y consistentemente intrigante. Las actuaciones —tanto las centrales como las secundarias— son sólidas, y la estructura de la narrativa está construida de tal manera que la película no deja de dar sorpresas, incluso durante sus últimos quince o veinte minutos de metraje. Honestamente, no entiendo por qué ha recibido tanto odio.

Considerando la cantidad de sorpresas con las que cuenta “La vida misma”, así como la naturaleza de una historia que entrelaza tantas subtramas y personajes principales, no puedo revelar demasiados detalles sobre la trama. Lo único que mencionaré es que la película comienza con un genial prólogo narrado (en off) por un Samuel L. Jackson totalmente desatado —no se trata de un recurso gratuito, si no más bien de una manera —no tan sutil— de transmitir las ideas principales que tiene Fogelman en relación a los narradores no confiables en la ficción.

Luego de dicho prólogo, pasamos a la historia de Will (el talentosísimo Oscar Isaac), un ex escritor que sufre de depresión y falta de motivación para seguir con su vida —extraña a su ex esposa, Abby (Olivia Wilde), a quien recuerda de manera casi idealizada. Es a través de sus sesiones de terapia con la doctora Cait Morris (Annette Bening) que nos vamos enterando de la vida amorosa de Will y Abby, y de cómo terminaron separados. Es esta historia la que tendrá diversas repercusiones a lo largo de la película —a diferencia de lo que el material promocional de “La vida misma” nos quiere hacer creer, Isaac y Wilde no son los verdaderos protagonistas de la cinta, pero sus personajes son increíblemente importantes, especialmente en el contexto de las historias protagonizadas por el resto del reparto.

“La vida misma” está dividida en capítulos, cada uno dedicado a un grupo distinto de personajes. Se trata de un homenaje —no tan sutil— al cine de Tarantino, lo cual convierte a “La vida misma” en una suerte de drama romántico estructurado de manera similar a filmes como “Pulp Fiction” o “Los ocho más odiados” (pero con mucha menos sangre). No es el primer homenaje a Tarantino con el que cuenta la película —consideren, si no, la escena de Halloween, en donde vemos a Will y Abby disfrazados como los personajes de John Travolta y Uma Thurman en, cómo no, “Pulp Fiction”, respectivamente. Dicha escena también sirve para demostrar algunos de los rasgos más obsesivos e intensos de Will, lo cual, junto con momentos posteriores, le permite al espectador dudar sobre la perspectiva desde la cual vemos los flashbacks. ¿De verdad habrá sido tan romántica y perfecta la relación entre Will y Abby? ¿O estaremos viendo todo desde el punto de vista con “lentes de nostalgia” de Will, idealizado y romantizado?

De hecho, el concepto de un narrador en el que uno no puede confiar es uno que es tocado con frecuencia en “La vida misma”, especialmente durante los primeros treinta minutos de metraje. Esto le otorga cierta tensión, cierta incertidumbre a la película, la cual, desgraciadamente, es abandonada cuando pasamos al segundo capítulo. No me tomen a mal; el resto de historias son igual de —o hasta más— intrigantes, pero hubiera sido interesante ver una exploración más profunda del concepto anteriormente mencionado. En todo caso, lo valioso de los capítulos posteriores es que nos comenzamos a adentrar en la historia de los verdaderos protagonistas de la película —una familia española compuesta por un trabajador de hacienda, Javier (Sergio Peris-Mencheta), su esposa, Isabel (Laia Costa), y su hijo, Rodrigo (Alex Monner).

A pesar de que “La vida misma” tiene mucho qué decir sobre la manera en que las historias de diferentes personas de diversas partes del mundo pueden afectarse los unos a los otros, no lo hace de manera demasiado cursi o previsible. De hecho, agradezco el que Fogelman no inserte nociones sobre el destino o las decisiones tomadas por “el universo” en su guión —las coincidencias y los eventos importantes de estos personajes se llevan a cabo en esta película porque si; porque así tenían que pasar, y porque tenemos que ver una progresión gradual, de generación en generación, hacia lo más positivo, de la oscuridad hacia la luz. Ya dependerá de cada espectador si es que decide “tragarse” estas historias que dependen tanto de casualidades o ocurrencias fortuitas, o no.

En todo caso, ayuda el que todas las actuaciones sean sólidas y verosímiles. Oscar Isaac es particularmente creíble como Will —da una interpretación potente, hasta desgarradora por momentos, la cual transmite el tipo de desesperación a la que una persona puede llegar luego de haber sufrido una tragedia. La Abby de Olivia Wilde es la representación de la resiliencia y la valentía —una mujer que ha pasado por mil desgracias, pero que sin embargo, logró mejorar su propia vida de manera considerable. Antonio Banderas da una actuación muy natural como el Sr. Saccione, y Sergio-Peris Mencheta y Laia Costa protagonizan una de las historias más conmovedoras de la película. La talentosa Olivia Cooke está desperdiciada en un rol arquetípico y plano —sí, su rostro aparece grande en el afiche de “La vida misma”, pero en realidad tiene muy poco qué hacer—, y Mandy Patinkin, Annette Bening y Lorenza Izzo tienen papeles pequeños pero importantes.

“La vida misma” es una película fallida pero ambiciosa —un filme que trata de contar una serie de historias que abarcan varias generaciones, y que se interconectan de maneras inesperadas para transmitir mensajes sobre resiliencia, amor, pasión, y sacrificio. No, no todos los momentos de melodrama funcionan —de hecho, EL momento de catarsis emocional de la cinta no logró extraerme una sola lágrima—, pero al final del día, siendo una cinta que apela tanto al sentimentalismo —en el mejor de los sentidos— y la emotividad, el disfrute de la misma ya dependerá totalmente de la respuesta emocional de cada espectador. Puede que no haya llorado como un bebé a la hora de ver “La vida misma”, pero a la vez, debo admitir que sí generó una reacción emocional en mi, y que terminé por admirar lo honesta y ambiciosa que es. Nuevamente —no entiendo por qué “La vida misma” ha recibido tanto odio. Para este crítico, no lo merecía en lo absoluto.

Avance oficial:

70%
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