Robin Hood (2018)

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“Olviden la historia”, dice la narración con la que comienza esta nueva película de “Robin Hood”. “Olviden el cuento infantil que creen conocer”. Bueno, luego de haber visto este innecesario reboot de una historia que la mayoría de espectadores se saben de memoria, me gustaría olvidarlo. “Robin Hood” es una película que trata de renovar la vieja leyenda, alejándose de lo que hicieron actores como Errol Flynn, Kevin Costner y Russell Crowe años atrás, y brindándonos una aventura que mezcla contenido histórico con fantasía pura y, por alguna razón, una estética moderna que no tiene sentido alguno, ni a nivel conceptual, ni a nivel visual. “Robin Hood” es una inestable mescolanza de distintos estilo e intenciones, lo cual resulta en un producto final confuso y, francamente, idiota.

La película comienza con la narración mencionada líneas arriba, y con el origen del romance entre Robin— digo, Rob (obviamente), interpretado Taron Egerton, y Marian, interpretada por Eve Hewson. El amor no dura mucho, desgraciadamente —Robin es enviado a las cruzadas, donde tiene que pelear contra los moros, participando en escenas de acción confusas y francamente tediosas. Es ahí donde se da cuenta de lo cínica y sanguinaria que es dicha guerra, y donde conoce a John (Jamie Foxx), un moro cuyo hijo es asesinado por el capitán de nuestro protagonista.

De vuelta en Inglaterra, Robin se da con la sorpresa de que todo el mundo, incluyendo a su buen amigo, el fraile Tuck (Tim Minchin), lo cree muerto, y que Marian ahora está saliendo con otro hombre, el líder revolucionario Will (Jamie Dornan, a quien por fin le dejan usar su acento natural, a pesar de que la película no se lleva a cabo en Irlanda). Molesto por la manera en que el Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn) está abusando del pueblo para hacerse rico, Robin forma una alianza con John, y se convierte en Robin Hood: un héroe que le roba a los ricos para darle la plata a los pobres, y librarlos de la tiranía del Sheriff, quien está planeando un complot junto con los líderes más poderosos de la Iglesia Católica.

Como pueden darse cuenta, las bases de la historia que todos conocemos están en “Robin Hood” —el problema es que son introducidas de manera torpe y forzada, como una suerte de historia de origen para superhéroes que poco o nada tienen que ver con los personajes de Marvel o DC. El fraile Tuck ya no es gordito pero al menos le otorga algo de ligereza a la historia; Will ya no es “Scarlet” y está molesto la mayor parte del tiempo, y Robin, interpretado con sorprendente torpeza por el usualmente carismático Egerton, tiene el carisma de una silla, y la personalidad de Keanu Reeves en las secuelas de “Matrix”. Tanto el guión como Egerton tratan de convertir al héroe de Sherwood en un chico temerario e idealista, pero desgraciadamente, fallan en el intento.

De hecho, los únicos que parecen estar divirtiéndose son Jamie Foxx y Ben Mendelsohn. El primero le otorga algo de emotividad a la película, desarrollando a John como un padre en busca de venganza y redención —su nivel de carisma no está al máximo, pero logra resaltar de cuando en cuando, especialmente cuando Egerton amenaza con sustraerle toda la diversión a las escenas que comparten. Y el segundo interpreta al Sheriff como un villano de James Bond; gritón, megalomaníaco, y absolutamente demente. Los intentos por humanizarlo —protagoniza una escena en la que le cuenta a Robin un poco sobre su terrible infancia— no funcionan; el Sheriff es una caricatura andante, pero al menos logra inyectarle algo de energía a la trama. Eso sí, entre esta película y filmes previos, como “Rogue One” y “Ready Player One”, Mendelsohn —un excelente actor australiano de carácter— está siendo encasillado terriblemente como un villano hambriento de poder. Necesita un poco de variedad en sus papeles.

En cierto sentido, “Robin Hood” me recordó un poco a “Rey Arturo: la leyenda de la espada”, de Guy Ritchie. Recuerden, sin embargo, que yo fui de los pocos críticos que disfrutaron de aquella película. “Robin Hood” es como una versión carente de estilo y diversión de la cinta protagonizada por Charlie Hunnam. Está dirigida de la manera más genérica posible —cada secuencia de acción está compuesta de cámaras nerviosas, cortes demasiado frecuentes, y planos excesivamente cercanos, lo cual resulta en momentos francamente confusos y carentes de tensión. Dicha torpeza a nivel de dirección me sorprende —Otto Bathurst ha estado involucrado en grandes series como “Peaky Blinders” y “Black Mirror”, por lo que no esperaba que “Robin Hood” estuviese tan mal dirigida.

Además, uno no puede escribir sobre esta película sin mencionar su estética tan particular. Como se mencionaba líneas arriba, el filme trata de modernizar el look de esta historia, vistiendo a todos sus personajes, por alguna razón, con ropa moderna y hasta maquillaje contemporáneo. El Sheriff usa un saco largo de corte moderno y guy-liner, los extras tienen beanies y pasamontañas, y Robin Hood usa una capucha que parece haber sido sacado directamente de una tienda por departamentos. Hasta la escenografía trata de respirar la misma contemporaneidad — los castillos antiguos comparten escena con iglesias de cemento y pisos ridículamente brillantes. Asumo que la idea otorgarle algo de atemporalidad a la historia, pero considerando que la cinta manda a Robin a LAS CRUZADAS, se siente más como un recurso desesperado e ilógico.

En todo caso, la lógica no es una de las características más prioritarias de “Robin Hood”. Se supone que Robin se pasa la mayor parte de la película como un forajido, perseguido por el Sheriff y sus hombres, pero por alguna razón, decide no taparse la cara durante los momentos más peligrosos. Entiendo que es para que le público pueda reconocerlo —¿porque viendo solo sus ojos no podríamos hacerlo…?—, pero en el contexto de la película, no tiene sentido alguno. Y errores lógicos como estos, desde caballos que atraviesan puertas de madera a toda velocidad sin vacilar, hasta conflictos que son abandonados sin resolución alguna, abundan en “Robin Hood”. Usualmente no soy muy exigente con ese tipo de cosas en un blockbuster que se enfoca más en la diversión que otra cosa, pero acá son tan evidentes, que no podía evitar pensar en ellos mientras lo veía.

“Robin Hood” es uno de los peores filmes de gran presupuesto de este año. Se trata, pues, de un blockbuster mal concebido, una película que trata de contar una leyenda que muchos nos sabemos de memoria de manera supuestamente moderna, haciendo uso de vistosos efectos digitales, escenarios gigantes, actores de prestigio, y una estética absurdamente contemporánea que no podría sentirse más fuera de lugar. Esto último no fastidiaría demasiado si las secuencias de acción estuviesen bien escenificadas o si la historia no se tomase demasiado en serio a sí misma, pero ese no es el caso.

“Robin Hood” es el perfecto ejemplo de todo lo que podría salir mal en un blockbuster Hollywoodense; ¡hasta incluye una escena final que hace referencia a potenciales secuelas! Sin embargo, considerando lo mal que le ha ido tanto con la crítica como con el público —parece que terminará siendo uno de los mayores fracasos de taquilla del año—, dudo mucho que vayamos a tener más filmes con Egerton haciendo del héroe de Sherwood. No puedo decir que dicho prospecto me dé mucha pena. Preferiría ver una secuela de “Rey Arturo: la leyenda de la espada”.

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