Retablo

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El año pasado tuvimos “Wiñaypacha”, y este año tenemos “Retablo”. Puede que suene como una comparación superficial, y hasta cierto punto lo es, pero vale la pena resaltar ciertas similitudes entre ambas producciones, la cuales, por cierto, definitivamente son pura casualidad. Puede que “Retablo” recién se esté teniendo su estreno comercial en mayo de 2019, pero la película fue grabada hace ya algún tiempo, tanto así que ha estado rondando (con bastante éxito) en varios festivales de cine internacionales. En todo caso, ambas cintas están predominantemente habladas en un idioma distinto al castellano (Aymara en el caso de “Wiñaypacha”, y Quechua en el caso de “Retablo”), y las dos retratan una vida que le puede resultar muy ajena a los pobladores de las grandes ciudades, acostumbrados a las tradiciones occidentales, y a la modernidad impuesta por la globalización.

Podría decirse, también, que ambas películas manejan un tono y un ritmo similar, haciendo uso de los planos largos, el silencio, y de una palpable atmósfera que se ve beneficiada tanto por la dirección de fotografía (en el caso de “Retablo”, de parte del maestro Mario Bassino), como por los paisajes de nuestra sierra. Pero para efectos del visionado de “Retablo” y de la presente crítica, es ahí donde las comparaciones van a terminar. Se trata, pues, de una película que, más bien, nos muestra temas más relacionados a la tolerancia, la masculinidad tóxica tan presente en nuestra sociedad, y los secretos que mucha gente puede estar escondiendo, debido al miedo que la tienen a los prejuicios y las reacciones violentas de quienes los rodean. En ese sentido, “Retablo” se percibe como un filme muy relevante a nuestros tiempos, y que sin embargo jamás se siente como un sermoneo o una lección forzada. El balance entre el mensaje que se quiere transmitir y la historia que se quiere contar está muy bien realizado, lo cual resulta en un producto final emotivo e intelectualmente estimulante.

“Retablo” nos cuenta la historia de Noé (Amiel Cayo), un retablista que vive en las afueras de Ayacucho, trabajando duro para vender sus obras en los mercados que tanto frecuentan los turistas en la ciudad. Ama tanto su trabajo, que le está enseñando todo lo que sabe a su joven hijo, Segundo (Junior Bejar), para que este, eventualmente, lo suceda. Su vida es pacífica, tranquila; trabajan de día, cenan siempre con la madre de Segundo, Anatolia (Magaly Solier), y de cuando en cuando hacen “tiradedo” para irse a Ayacucho a vender sus piezas. Es ahí donde Segundo frecuentemente se queda paralizado frente a una hermosa chica que vende frutas en el mercado. Después de todo, está en plena adolescencia, y está comenzando a sentir cosas que, desgraciadamente, ni la actitud de sus amigos ni la poca comunicación de su padre lo ayudan a comprender.

Y no es que la cosas vayan a tornarse más fáciles. No quiero malograrles la película, por lo que no contaré demasiados detalles. Solo mencionaré que Noé tiene un secreto bien guardado, el cual eventualmente se revela, lo cual resulta tanto en una cruda reacción de parte tanto de su esposa como su hijo, como por sus vecinos y amigos, quienes desgraciadamente no son muy tolerantes a lo que consideran como algo diferente o anormal. De hecho, en la película se puede ver mucho de la “justicia local”, de las acciones llevadas a cabo por ciudadanos que no se sienten ni representados ni protegidos por el gobierno y sus representantes —consideren, si no, la escena en la que vemos a un ladrón siendo azotado por unos comuneros. Acá no llega la policía, y aparentemente, no es que la gente necesite de su presencia, tampoco.

“Retablo” se ve beneficiada por la perspectiva desde la cual nos narra su historia. Puede que Noé sea quien tenga el conflicto interno más complicado, pero todo lo vemos desde el punto de vista de Segundo. Es él quien va descubriendo, poco a poco, el secreto de su padre, y es él quien va descubriendo ciertas características de la sexualidad humana, muchas de las cuales no son discutidas en el día a día o, de manera más alarmante, simplemente no son aceptadas por la gente del pueblo. Desde momentos incómodos, como cuando Segundo escucha a sus padres tener sexo durante la noche, hasta la manera en que sus supuestos amigos hablan sobre las mujeres —como objetos más que como personas—, la película retrata de manera realista el machismo tóxico con el que muchos jóvenes se encuentran en su día a día.

Se trata, pues, de una sociedad en la que ni la debilidad ni la homosexualidad son bien vistas. Los chistes de “maricón” son el pan de cada día, los hombres siempre tienen que hablar sobre las mujeres como si fuesen pedazos de carne y tienen que estar pensando en sexo todo el tiempo, y si no te gusta el fútbol… pues no eres un hombre de verdad. Consideren, si no, al amigo de Segundo, quien siempre trata de convencerlo de que no se convierta en retablista, ya que debería estar haciendo un trabajo “de hombre”. El arte no es para los hombres, pero el trabajo manual sí lo es, aparentemente. Todo esto contribuye no solo al desarrollo de Segundo como protagonista, si no también a la historia, y a los mensajes que se están tratando de transmitir.

Junior Béjar está bastante bien como Segundo, desarrollando al personaje como alguien confundido, que está teniendo muchas experiencias por primera vez, y que no sabe cómo reaccionar a los cambios que se están llevando a cabo dentro de su propio hogar. Es un poco tieso en las escenas en las que tiene que demostrar emociones más fuertes, pero no es algo que termine por arruinar ni al personaje, ni a la película. Amiel Cayo es sólido como Noé. En muchos sentidos, el padre de Segundo comienza la película como una figura misteriosa, casi como un ícono más que como una persona tridimensional, pero cuando el secreto es revelado, uno va comprendiendo ciertas cosas sobre su carácter. Y como Anatolia, Magaly Solier da una actuación potente, casi trágica; no tiene mucho qué hacer al principio de la historia —después de todo, es la madre de casa que cumple los roles de género más tradicionales—, pero está mucho más aprovechada durante las escenas finales.

“Retablo” es un potente drama que tiene mucho qué decir sobre la tolerancia, el miedo hacia lo diferente, y los roles de género tradicionales que todavía se ven con frecuencia en nuestra sociedad. Sí, es un poco lenta por momentos, y sí, ciertas escenas sentimentales no funcionan del todo, pero si uno le tiene paciencia, y si uno realmente se mete en la trama y se identifica con sus personajes, puede acabar teniendo una experiencia emocionalmente potente e intelectualmente gratificante. Espero que la vaya bien a “Retablo” cuando se estrene en salas comerciales —al igual que “Wiñaypacha” en su momento, tiene el potencial de encontrar a su público, especialmente con ayuda de un buen boca-a-boca. Esperemos que así sea.

 

Avance oficial:

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