Caiga quien caiga

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Una historia como la del auge y caída de Vladimiro Montesinos daba como para realizar un intrigante y complejo thriller político, especialmente si se considera, también, al libro del ex procurador anticorrupción, José Ugaz, como fuente primaria. Desgraciadamente, y a pesar de que no considero que “Caiga quien caiga” sea tan terrible como muchos colegas han manifestado, ese no es el caso de la película de Eduardo Guillot. Competentemente actuada pero dramáticamente inerte, el filme no sabe qué hacer ni qué ser, por lo que recurre a abusar de las tramas secundarias y personajes poco desarrollados, para tratar de pintar a una Lima sumergida en el caos político y social. Lamentablemente, ni el guión ni la dirección de Guillot ayudan a que dicho propósito pueda cumplirse.

La historia la sabemos la mayor parte de peruanos, y quienes no lo sepan —lo más jóvenes, por ejemplo, quienes ni siquiera estaban vivos cuando todo esto se llevó a cabo—, definitivamente aprovecharán al máximo “Caiga quien caiga”. De hecho, lo más rescatable de la película es precisamente eso: su rol informativo, para que la gente recuerde o redescubra —o conozca por primera vez— los actos de corrupción que se llevaron a cabo durante los dos mandatos de Alberto Fujimori. “Caiga quien caiga” sirve más como herramienta educativa que como un relato ficcionalizado; es en los aspectos más formales, tanto narrativos como técnicos, que la cinta se va desmoronando desde su primera escena.

En todo caso, muy aparte de lo anteriormente mencionado, lo que mejor funciona en la película es tanto el trabajo de Miguel Iza, uno de nuestros mejores actores contemporáneos, como la caracterización de Vladimiro Montesinos. Iza parece entender al personaje a la perfección, y lo interpreta tal y como parece haber sido creado en el papel; como un hombre que se cree superpoderoso, el salvador del Perú, y que cree que todo el país tiene una deuda grande con él. Ha perdido todo sentido de la realidad, y aunque medio Perú está detrás de él —incluso el Presidente al que tanto asesoró— cree que todavía puede salirse con la suya. Todo aspecto del personaje, desde su apariencia —el peinado, los trajes, su forma de caminar— hasta detalles como su acento, están muy bien cuidados. Iza se luce en el papel, a pesar de que la película en sí lo defrauda constantemente.

Esto se debe a que, desgraciadamente, “Caiga quien caiga” no funciona particularmente bien como un thriller político. Considerando que la historia se cuenta desde la perspectiva de Ugaz, uno debería sentir una paranoia constante, una sensación permanente de que el gobierno —a veces representado por Fujimori, a veces por el mismo Montesinos— está detrás de él, vigilando cada uno de sus pasos, asegurándose de que no podrá atrapar al ex asesor presidencial. Desafortunadamente, ese no es el caso. La película se mueve con lentitud, mostrándonos los procesos de investigación a los que recurre Ugaz de manera aburrida, plana, convirtiendo a su trabajo en un ejercicio de tedio y monotonía que, bajo la dirección apropiada, hubiera podido ser dramatizado de manera infinitamente más intrigante.

Sus dos compañeros, por ejemplo, interpretados por dos actores de mucho talento —Alfonso Dibós y Gonzalo Molina— tienen poco o nada que hacer. Aparecen en algunas escenas, conversando sobre lo que deberían hacer, o tomando tazas de café, pero cada vez que Ugaz entrevista a alguien relacionado a Montesinos, lo hace solo. O consideren, si no, al personaje de Karina Jordán, que expone algunos puntos importantes en relación a la investigación y a lo que Ugaz debería saber, pero realmente no hace nada. De hecho, el filme introduce una trama secundaria —¿terciaria?— que la involucra a ella y Ugaz, pero fuera de un repentino y poco justificado beso, no lleva a ninguna parte.

En general, los personajes femeninos están muy maltratados por la película. La Matilde Pinchi Pinchi de Jackie Vásquez es una caricatura; mientras que el aspecto de Montesinos está muy bien cuidado, Vásquez lleva una peluca de Halloween en la cabeza, y protagonista menos escenas de las que verdaderamente merecía. Milena Vásquez, por otro lado, interpreta a la exesposa de Ugaz, y todo lo que hace es llorar y regañar al protagonista, y Kukuli Morante interpreta a Jacqueline Beltrán como una cabeza hueca cuya única escena destacable es una de sexo, completamente gratuita e innecesaria, la cual parece haber sido sacada de cualquier filme peruano olvidable de los años 90. ¿Querían ver una escena de sexo con Montesinos? ¿Querían saber de qué se trataban sus sueños mojados? Estoy seguro de que no, pero “Caiga quien caiga” nos muestra todo esto, por razones que solo su director y guionista deben saber.

El resto del reparto no está del todo mal. Eduardo Camino, un destacable actor de teatro, hace lo que puede con un rol poco desarrollado —sabemos que Ugaz quiere hacer bien su trabajo, pero nunca nos enteramos por qué. Su interpretación del ex procurador es algo tiesa, pero aparentemente el verdadero Ugaz es así. El siempre confiable Javier Valdés es creíble como el Ministro de Justicia, Alfonso Dibós y Gonzalo Molina están desperdiciados en papeles realmente ingratos, y Alejandra Guerra tiene un memorable cameo como cierta conductora de televisión basura, al igual que otro reconocido actor nacional, cuyo personaje hasta podría haber sido removido de la cinta.

A nivel técnico, “Caiga quien caiga” muestra algunos aciertos, aunque no son suficientes. El filme cuenta con varios planos aéreos de drone, sin duda para no tener que mostrar escenas más cercanas en la calle, donde podrían aparecer elementos anacrónicos difíciles de borrar u obviar, pero como varios otros aspectos del filme, son utilizados hasta el cansancio. De hecho, al menos hubieran podido eliminar los planos aéreos nocturnos, ya que las cámaras de drone no son particularmente luminosas, lo cual resulta en imágenes granuladas y con mucha menos definición de lo ideal. El resto del filme está competentemente filmado e iluminado, aunque se me vienen a la mente un par de escenas en donde el tiro de cámara escogido es, por alguna razón, el más aburrido y sencillo posible. En todo caso, “Caiga quien caiga” no luce mal, y carece de los típicos problemas de audio y banda sonora del cine nacional independiente.

“Caiga quien caiga” es una oportunidad desperdiciada, un filme que hace uso de una historia real fascinante y de un complejo libro de no ficción, para desarrollar una narrativa decepcionantemente lineal y carente de tensión. El trabajo de Miguel Iza es excelente, y el resto del reparto hace lo que puede con personajes que varían desde los poco desarrollados, hasta los innecesarios o maltratados, pero la película abusa de las tramas secundarias —romances injustificados, personajes que aparecen y desaparecen sin razón alguna—, las escenas de sexo gratuitas y los planos de drone, lo cual le quita el foco a lo verdaderamente importante: al trabajo realizado para capturar a Vladimiro Montesinos. Si quieren acordarse de lo que el país debería asegurarse de no repetir, o si le quieren dar una lección histórica y política a alguien menor, vale la pena ir a ver “Caiga quien caiga”. De lo contrario, quédense con el libro.

 

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