[Festival de Cine de Lima 2018] Los versos del olvido – Chile

0

“Los versos del olvido” es, por donde se le mire, una producción internacional, producto de la globalización que, a diferencia de propuestas de origen norteamericano, se ve beneficiada por la participación de artistas y profesionales de distintas nacionalidades. El director es el iraní Alireza Khatami, la película fue filmada en Chile, el reparto consiste de artistas chilenos y españoles, y la producción se llevó a cabo entre Francia, Alemania, Chile y Holanda. En cualquier otro caso, esto podría resultar en una mescolanza incoherente de estilos y propósitos, pero felizmente, ese no es el caso de “Los versos del olvido”. Y aunque se trata de un filme que podría frustrar a algunos espectadores —especialmente a aquellos que estén más acostumbrados a ritmos más frenéticos e historias más directas—, para los demás podría tratarse de una experiencia más emotiva, poética y satisfactoria.

El protagonista de “Los versos del olvido” es un señor mayor (Juan Margallo) que trabaja en la morgue de un cementerio, a las afuera de un pueblo chileno que, al igual que él, parece no tener nombre. A pesar de estar al borde del retiro, va todos los días —sí, incluso los domingos— a trabajar, siempre con paciencia y dedicación, y conversando con el excavador de tumbas (Tomás del Estal), también español, sobre las historias que los muertos dejan atrás. Desgraciadamente, su mundo se ve afectado cuando unos militares llegan a la morgue, lo golpean, y esconden el cuerpo de una mujer civil para que nadie sospeche de su muerte.

Obsesionado con darle una sepultura digna, nuestro protagonista hará de todo por cumplir su objetivo, lo cual lo llevará a encontrar diversos secretos inesperados —y ocultos— relacionados al lugar donde trabaja, y a interactuar con una serie de personajes curiosos, cada uno más intrigante que el otro. En el proceso, descubrirá mucho sobre la muerte, la amistad, la familia, y por supuesto, el olvido.

“Los versos del olvido” no es una cinta que se desarrolle como cualquier otro típico drama para cines. Se trata, pues, de un filme que va alternando entre la realidad y los sueños, en el que el protagonista parece estar imaginando cosas mientras experimenta otras en carne viva, y que tiene mucho qué decir sobre la muerte, y las consecuencias que trae consigo la misma para aquellos que todavía quedan vivos. Consideren, si no, la poética escena en la que el abuelo ve a una ballena gigante flotar en el cine, luego de haber escuchado por la radio que son de los pocos animales que se suicidan por pena. Escenas similares a esta no abundan en “Los versos del olvido”, pero son incluidas con cierta frecuencia para desarrollar, de manera sutil y visualmente espectacular, los temas inherentemente relacionados a la trama.

La estética de “Los versos del olvido” ciertamente colabora con la sensación tan de ensueño presente en el guión. La paleta de colores abusa de los celestes y del sepia, y la película es presentada en formato 4:3 (es decir, cuadrado), con los bordes redondeados, lo cual le da la sensación a uno de estar viendo fotografías antiguas, como las de una Polaroid. La cámara de Khatami no se mueve con frecuencia; de hecho, podría argumentarse que tiene la misma movilidad que su protagonista, siempre dispuesto a hacer lo que tiene que hacer, pero a su ritmo, a su manera. Esto se traslada, también, a la (casi) ausencia de una banda sonora, y al ritmo lento del filme. “Los versos del olvido” no es una cinta para aquellos que carezcan de paciencia.

Aquellos miembros del público que estén dispuestos a meterse en esta historia tan peculiar, sin embargo, estoy seguro lograrán identificarse con su protagonista, un hombre de avanzada edad que tiene poco qué hacer en este mundo —lo que quiere hacer, sin embargo, lo hace bien, hasta el final. Margallo interpreta a este protagonista como alguien que oscila entre los recuerdos, los sueños (¡esa ballena!) y un mundo supuestamente real que, por momentos, se siente como una caricatura de nuestro presente, especialmente cuando se encuentra con personajes como el archivista —cuya oficina es el sueño de un director de arte— o una banquera más interesada en comprar su terreno en el cementerio, que en ayudarlo.

Este estilo tan particular se nota, también, en la atemporalidad de la película. Sí, hay elementos modernos como celulares o carros, pero uno jamás llega a detectar exactamente en qué momento de la historia se supone se está desarrollando la historia. Después de todo, también hay radios viejas, una sospechosa ausencia de smartphones y computadoras, y la presencia de un pueblo que parece estar atrapado en el tiempo, asechado por los militares y aislado del resto del país. Nuevamente, esto podría frustrar a un espectador que prefiera tener las cosas claras; se trata de un estilo que no está siempre muy bien logrado —especialmente durante el glacial segundo acto—, pero que se siente propio.

“Los versos del olvido” no está interesada en desarrollar una narrativa tradicional. Podría argumentarse que no pasa mucho a lo largo de la película, pero creo que ese es el punto. La idea es ver la vida a través de los ojos de este protagonista, y de sentirla a su ritmo, a su estilo, y con sus ideas en la cabeza. El ritmo es extremadamente pausado, hay muchas escenas en donde uno simplemente tiene que contemplar detalles, paisajes o momentos de de poesía visual, y la falta de claridad en ciertos aspectos —de personaje y de trama— podría desesperar a algunos, pero para quienes estén dispuestos a darle una oportunidad, “Los versos del olvido” es un película algo inconsistente, pero fascinante a nivel temático y metafórico. No es de lo mejor que haya visto hasta ahora en el marco del 22 Festival de Cine de Lima, pero merece estar entre las películas de competencia.

 

Avance oficial:

60%
Puntuación
  • Mi calificación

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.