Imperio de la luz

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“Imperio de la luz” es una película que trata de hacer demasiadas cosas al mismo tiempo: es una suerte de homenaje al cine y a todo lo que representa; es un romance entre dos personajes de diferentes edades y orígenes; es un comentario sobre el racismo sistemático en el Reino Unido, y hasta maneja temas relacionados a la salud mental y al sistema de salud en general en Inglaterra. Es demasiado, lamentablemente, lo cual resulta en un producto final que se sienta disperso, incluyendo momentos relativamente potentes, rodeados de escenas que quizás funcionaban en el guion, pero que en la práctica lo dejan frío a uno.

Lo cual es una pena, porque hay mucho talento involucrado en “Imperio de la luz”. Por supuesto, tenemos a Sam Mendes como guionista y director, un talentosísimo cineasta que nos ha traído películas como “Camino a la perdición” o “1917”. El gran Roger Deakins se encarga de la fotografía, y Trent Reznor y Aticus Ross componen la banda sonora. Y el reparto incluye a actores británicos de la talla de Olivia Colman, Michael Ward, Colin Firth y Toby Jones. Me perdonarán, entonces, si es que esperaba un poco más de una película como “Imperio de la luz”, la cual no está mal, necesariamente, pero que definitivamente se queda corta en lo que se refiere a sus considerables ambiciones.

Colman interpreta a Hilary, una mujer que trabaja como administradora para el cine Empire en Margate, en la costa norte de Inglaterra, a principios de los años ochenta. Es una mujer claramente cansada y hasta decepcionada de su vida, que encima tiene que hacerle favores sexuales a su jefe, Donald Ellis (Colin Firth). Su vida cambia un poco, sin embargo, gracias a la llegada de Stephen (Michael Ward), un joven afrobritánico enérgico y de buenas intenciones que comienza a trabajar en la confitería del lugar. Poco a poco, comenzarán a entablar una relación, la cual se ve afectada por un contexto social muy turbulento, que involucra a skinheads, y en general, mucha discriminación para la población afrobritánica de la ciudad.

No se puede negar que “Imperio de la luz” es una cinta hecha con mucho arte y paciencia. La dirección de fotografía de Deakins, como era de esperarse, es bellísima, mostrándonos un cine clásico como el Empire, en donde las salas eran enormes, los salones y pasillos estaban llenos de decoración y estilo, y los cuartos de proyección se sentían mágicos. Y la música de Reznor y Ross, aunque un poco melodramática por momentos —dependiendo bastante de melodías de piano que ocasionalmente se sienten fuera de lugar—, ayuda a adentrarnos en la melancolía de la narrativa. Nuevamente; hay mucho talento involucrado en la producción de “Imperio de la luz”.

Y sin embargo, la película nunca termina de cuajar. Las escenas dentro del cine son las que mejor funcionan, intentando transmitir algún tipo de nostalgia por los cines de antaño, con sus proyectores analógicos, y proyeccionistas que realmente se preocupaban por la calidad de la imagen que pasaban. De hecho, mi escena favorita de “Imperio de la luz” involucra al proyeccionista del Empire, Norman (Toby Jones) enseñándole a Stephen a cambiar de rollos. Es algo que ya no se ve con mucha frecuencia, lógicamente —a menos que tengan un cine con proyector analógico cerca—, y que me trajo muchos recuerdos de cuando iba a ver películas de niño, y notaba la “marca de cigarro” circular en la imagen de cuando en cuando.

No obstante, estos elementos chocan demasiado con la narrativa principal, que involucra el “romance” entre Hilary y Stephen. En pocas palabras, no funciona —la química entre ambos actores es casi inexistente, y las escenas de sexo se sienten gratuitas, sin lograr transmitir nada particularmente interesante sobre los personajes. Y aunque el contexto social en el que se lleva a cabo la historia podría haber sido bien explotado, acá es tratado como algo secundario —de hecho, una escena hacia el final de “Imperio de la luz”, en la que unos skinheads terminan golpeando a Stephen, mandándolo al hospital, se siente curiosamente gratuita, como algo que en realidad le pertenece a una película con una temática distinta. O en todo caso, a un filme que tendría a Stephen como protagonista permanente.

Lo cual me lleva a otro tema: “Imperio de la luz” tiene demasiados cambios de perspectiva, lo cual hace que la experiencia, junto con la gran diversidad de temas que intenta tocar, se sienta súper dispersa. Por momentos, parece que Hilary es la protagonista de la historia, pero por otros, el punto de vista cambia a Stephen. Nuevamente: no funciona, y más bien hace que ninguno de los dos personajes se sienta particularmente bien desarrollado, si no más bien como figuras arquetípicas en una historia que hubiese funcionado mejor como serie, o si se hubiese concentrado en uno o dos temas en particular.

Si estoy siendo muy duro con “Imperio de la luz”, es porque esperaba mucho más de la película —nuevamente, considerando todo el talento involucrado. Y no es que esté mal hecha. Olivia Colman está fantástica, como siempre; Michael Ward intenta convertir a Stephen en alguien con el que resulte fácil empatizar; Toby Jones destaca como el proyeccionista de buen corazón, y Colin Firth está desperdiciado, interpretando a un hombre tóxico, cobarde y manipulador. Todos hacen su mejor esfuerzo, y ayudan a que “Imperio de la luz” no se convierta en un desastre absoluto.

No obstante, no puedo recomendar “Imperio de la luz”. Se trata de una película que, al igual que “Los Fabelman”, de Steven Spielberg, o “Armageddon Time”, de James Gray, intenta utilizar la nostalgia por nuestras infancias para desarrollar una trama con algo que decir. Desgraciadamente, Sam Mendes se queda atrás en comparación a aquellos dos cineastas, pecando de ambicioso, y mostrándonos una historia que podría haber funcionado de haber sido escrita de manera menos dispersa y superficial. “Imperio de la luz” se ve muy bien y está perfectamente actuada; es una pena, entonces, que al final lo que termina decepcionando más es la historia. Estoy seguro que el talentoso Mendes se recuperará para su siguiente producción.

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