Jugo de Tamarindo

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Si hay algo que he aprendido en los últimos cinco o seis años —es decir, desde que empecé a escribir sobre cine—, es que uno tiene que ir a ver cualquier película con la mente abierta. Puede que el director no tenga la mejor filmografía, o que los protagonistas no sean conocidos por sus habilidades actorales, pero nada de eso quiere decir que sus más recientes producciones vayan a ser bodrios totales, necesariamente. Cualquier película puede sorprender, y cualquier concepto o premisa, por más absurda que suene, puede terminar funcionando. Después de todo, todo depende de la ejecución, y no tanto de la sinopsis que uno lea en redes, o del trailer que vea en el cine o en YouTube.

En pocas palabras: siempre es bueno darle una oportunidad a una cinta, ya sea esta un blockbuster millonario, o una producción independiente de bajo presupuesto. No obstante, debo admitir que Julio Andrade me la ha puesto bien difícil con “Jugo de Tamarindo”. Después de todo, se trata de un largometraje basado en un videoclip erótico de hace más de quince años, cuyo trailer es una mezcla de diálogos ridículos y tomas de traseros de mujeres. El afiche solo muestra a los personajes femeninos —porque Andrade claramente sabe a qué público se está dirigiendo—, y en general, todo el material publicitario de la cinta hace más énfasis en los atributos físicos de sus actrices que… en cualquier otra cosa, siendo honestos. “Jugo de Tamarindo” jamás iba a ser una obra de arte, pero tampoco tenía que sentirse como una embarazosa regresión a los años 90. Lamentablemente… esa es la mejor manera de describir la película.

Imagínense, pues, un filme que mezcla la objetivización femenina de los programas de variedades de la época del primer gobierno de Fujimori, con la técnica cinematográfica de un proyecto escolar grabado en Hi8… y tendrán una idea bastante precisa de lo que “Jugo de Tamarindo” tiene para ofrecer. La ineptitud del trabajo de Andrade, tanto en su rol de director, como en su papel de “heroico” protagonista de la historia, era de esperarse, supongo, pero el impresionante machismo que le inyecta a la historia ciertamente terminó siendo una sorpresa ingrata para su servidor. “Jugo de Tamarindo” es una película turbia y desagradable, una experiencia lamentable no solo porque apenas se puede considerar como “cine” —he visto cortometrajes escolares con mayores ambiciones estéticas y narrativas—, si no también porque lo deja a uno con ganas de ducharse, y si es posible, desinfectarse.

La trama es casi inexistente. De hecho, me fijé con atención durante los créditos finales de la película…. ¡y no pude encontrar ningún crédito de guión! Así que debo asumir que “Jugo de Tamarindo” fue grabada sin ningún tipo de texto o historia. En todo caso, si algo deben saber de antemano, es que Andrade interpreta a Samy, un rockero (?) que tiene como pareja a una actriz llamada Gloria (Leslie Stewart), quien sospecha (con justa razón) que su enamorado le está siendo infiel. Este rompe con ella de la peor forma posible, viaja a Ica, y se reencuentra con la protagonista de su videoclip más famoso (¿meta-comentario?), la “Morocha” (Karen Dejo). Es así que nuestro “héroe” se enamora, pero también se involucra en una situación bastante peligrosa; después de todo, la Morocha tiene a un ex enamorado acosador (interpretado por Gerardo “Súper Cóndor” Zamora), aparentemente capaz de hacer todo por regresar con su antigua pareja.

El Test de Bechdel es un método para evaluar si una película cumple con los estándares mínimos para evitar la brecha de género; usualmente, estos consisten en tener personajes femeninos que no hablen solamente sobre hombres, si no también sobre sus propias ambiciones, objetivos y esperanzas, y entre ellas. Las protagonistas de “Jugo de Tamarindo” hablan entre ellas, sí, pero jalarían el Test no porque se pasan la película entera hablando sobre hombres… si no más bien porque se pasan la película hablando sobre Julio Andrade. “Jugo de Tamarindo” es un filme claramente escrito (nuevamente, si es que de verdad tuvo guión) por un cavernícola, por un hombre que no considera a las mujeres —o al menos a estos personajes— como verdaderos seres humanos, si no más bien como complementos para los personajes masculinos, fáciles de descartar, y completamente unidimensionales.

De hecho, un alucinante aire de sexismo impregna la película en general. Todos los personajes femeninos son strippers, prostitutas (o ambos), mujeres irracionalmente celosas o alcohólicas, y son usadas para efectos objetivizadores. Consideren, si no, los incontables primeros planos de traseros en tangas o faldas cortísimas, o por supuesto, las ridículas escenas de sexo, las cuales terminan siendo tan eróticas como el catálogo de Hiraoka. Estas últimas me recordaron, de hecho, a ciertas secuencias similares en “Caiga quien caiga”: totalmente gratuitas, pésimamente dirigidas, y tan “calientes” como el freezer de mi cocina. No es por ser cruel, pero así como nadie quería ver a Vladimiro Montesinos (interpretado por el genial Miguel Iza) teniendo sexo, nadie quería ver, tampoco, a Américo “Morgan Freeman” Zúñiga haciendo el baile horizontal con una chica de proporciones exageradas. Pero eso es lo que nos entrega “Jugo de Tamarindo” durante uno de sus tantos momentos de inexplicables excesos.

En todo caso, “Caiga quien caiga” tenía ciertas ambiciones, una excelente actuación central, y una historia que contar, mientras que “Jugo de Tamarindo” parece haber sido creada a la volada. El filme comienza como un drama de relaciones, situado en un turbio mundo de desmanes —alcohol, sexo, y mucho dinero—, para luego convertirse en un pseudo thriller en donde destaca un villano caricaturesco y de poco carisma. La película se va por la tangente cada vez que puede —ya sea con sus infames escenas de revuelcos entre sábanas blancas, o con situaciones que endiosan al personaje de Andrade de forma hilarantemente inverosímil—, y ni siquiera trata de desarrollar bien a sus protagonistas. La Morocha de Karen Dejo tiene la personalidad de un yunque, Leslie Stewart parece estar audicionando para una telenovela mexicana, Gerardo Zamora hace lo que puede con un personaje que parece haber sido construido a partir de apuntes en servilletas, y Américo Zúñiga trata de otorgarle algo de dignidad a la cuestión… hasta que aparece en boxers y su amante le jala la entrepierna. Alonso “Jim Belushi” Cano es el único que da una actuación decente (y eso que su personaje no podría ser más sórdido y desagradable).

¡Pero cómo olvidarnos de Julio Andrade! Tenemos aquí a un artista que, para su primer largometraje, cumple los roles de director, productor, protagonista y, me imagino, guionista, por lo que si hay que culpar a alguien por el producto final tan inepto, es él. Su Samy, al menos al principio, parece ser el Mesías en persona, un hombre bondadoso que reparte lecciones de vida —trata de curar el alcoholismo de Gloria, le advierte a una chica que no debería tratar de hacerse famosa a toda costa—, y un artista que parece ser popular en prácticamente todo el país. Pero mientras la película avanza, uno se da cuenta que, en realidad, se trata de uno de los peores protagonistas jamás vistos en un largometraje: hipócrita, egocéntrico —la escena en donde se pone a levantar pesas luego de haber tenido sexo con Leslie Stewart la noche anterior es una genialidad—, y más grave incluso, completamente carente de personalidad. Fuera de su voz rasposa, y su amor por las strippers, uno realmente no llega a enterarse mucho sobre Samy. Es buena gente porque las demás lo dicen y porque todas las mujeres se rinden a sus pies, y es popular porque Andrade es, nuevamente, el director/productor/protagonista de esta cuestión.

En pocas palabras, “Jugo de Tamarindo” es un impresionante masaje al ego de Andrade, un proyecto de vanidad que claramente quiere dejarlo muy bien parado, pero que al final del día, demuestra lo mal que pueden salir este tipo de cintas cuando el creador no tiene a nadie al costado que le ponga el pare. Y no es un problema que se limita al contenido: la película ni siquiera luce bien. La dirección de fotografía es paupérrima, la colorización cambia de escena en escena —y hasta de plano en plano—, la cámara se mueve como si estuviera puesta encima de un carrusel (con encuadres que cortan cabezas, cuerpos y extremidades), hay problemas de sonido directo por doquier y planos de drone mal utilizados, y hasta una escena de concierto en la que uno puede ver al CAMARÓGRAFO en el plano general.

¿Es necesario, entonces, mencionar que la edición es fatal —no hay ritmo, hay fundidos a negro por ninguna razón aparente, la geografía por la que se mueven los personajes es imposible de descifrar—, que la música incidental es repetitiva y desesperante, y que la cinta incluye una escena en donde TODOS los extras miran a la cámara? Todo esto ya sería bastante molesto de por sí —y convertiría a “Jugo de Tamarindo” en uno de los peores estrenos del año… o de cualquier año, en realidad—, pero el hecho de que toda esta forma —o falta de la misma— haya sido utilizada para desarrollar un filme machista, retrógrada y homofóbico —sí, hay un personaje gay, y sí, es un estereotipo andante—, convierte a “Jugo de Tamarindo” en una experiencia ofensiva. “The Room” es terrible, pero relativamente inocente, e involuntariamente hilarante. “Jugo de Tamarindo” es simplemente inaguantable.

Fui a ver “Jugo de Tamarindo” con la mente abierta; en serio. No esperaba nada bueno, necesariamente —especialmente considerando el trailer y el afiche y el videoclip en el que está “basado”—, pero tampoco esperaba nada tan inepto e inoportuno como esto. “Jugo de Tamarindo” me remontó a los años 90: una época en la que la objetivización femenina era el pan de cada día en la televisión local, y en la que una película como esta, desgraciadamente, hubiera podido ser un éxito rotundo. Felizmente, es el año 2019, por lo que no hay razón alguna para justificar la existencia de una cinta tan sexista, incompetente y obscena como “Jugo de Tamarindo”. Si quieren “calatas”, usen la Internet. Si quieren “comedia”, vean cualquier otra cosa (hasta el reestreno de “La Lista de Schindler”). Y si quieren a Julio Andrade… pues no hay nada que pueda hacer por ustedes.

 

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