Gen Hi8

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Es relativamente fácil contar historias sobre maduración en la adolescencia, relacionados a los problemas a los que estos personajes suelen enfrentarse; sus miedos, sus romances, las amistades que entablan y las que destruyen. Después de todo, tenemos cientos de referencias de las que cualquiera se puede colgar. Más difícil, en todo caso, es hacer esto de manera novedosa, centrándose no necesariamente en los dramas interpersonales, si no más bien en el contexto en el que la historia se desarrolla, demostrando que cierta generación de nuestro país —o en todo caso, ciertos “miembros” de dicha generación— consideraban poco o nada de lo que sucedía a su alrededor, concentrándose únicamente en sus propios intereses.

Estos son, precisamente, los personajes centrales de “Gen Hi8”, la ópera prima de Miguel Ángel Miyahira, lo cual convierte a este “proyecto de cine experimental underground” en una producción única en su género: un filme que intenta retratar nuestro pasado de la manera más fidedigna posible, no a través de una mirada nostálgica o romántica, si no más bien presentándolo de manera cruda, hasta cínica. Sabemos que los adolescentes pueden llegar a ser muy desconsiderados, hasta egoístas, pero termina siendo hasta chocante ver a protagonistas como los que “Gen Hi8” nos presenta: chicos que no piensan en los demás, y que se concentran en sus propios pensamientos racistas, sexistas, y homofóbicos. “Gen Hi8” comienza, al menos a nivel narrativo, como varias otras películas de adolescentes, pero poco a poco va transformándose en una experiencia desesperanzadora y hasta aterradora.

La historia se cuenta a través de los ojos de Diego (Andrés Mesía), el chico “nuevo” en un barrio Miraflorino. La película se lleva a cabo durante sus vacaciones de verano en plena época del terrorismo (el verano de 1992 para ser más exactos), y aunque se está viviendo una crisis en todo el país —situación que incluso llega a afectar a su familia; su padre pierde el trabajo, por ejemplo—, nuestro protagonista y sus amigos de barrio —la mayoría groseros y con actitudes de bully— parecen solo pensar en chicas, sexo, videojuegos y drogas. Este contraste entre la realidad y lo que tienen en la cabeza se hace evidente cada vez que Miyahira entrecruza escenas de fiesta o de juego con imágenes de coches bomba o gente sufriendo fuera de Lima.

Se trata de una narrativa suelta, relajada, la cual podría haberse convertido fácilmente en una comedia como las que suelen producirse en Hollywood, si es que Miyahira no la presentara desde una perspectiva cínica, pesimista. Fuera del pseudo romance que Diego vive con una de sus amigas, Marissa (Ximena Luna), el filme se centra más en el anteriormente mencionado contraste entre su vida y la realidad del país; el “nuevo” (así lo llaman durante la película) está más interesado en jugar al Super Nintendo y conseguirse una cámara de último modelo, que en sentir algo de empatía por la gente que está viviendo tiempos difíciles. Consideren, si no, su reacción cuando su familia (fuera de cámara) le revela que su padre ha sido despedido; en vez de preguntar o preocuparse, pide permiso para ir a su cuarto.

No es que uno sienta que Diego y sus amigos ignoran lo que sucede afuera de su burbuja; más bien, parecen estar más que dispuestos a ignorar la realidad, tapándola (con las justas) con sus manos. Consideren, si no, el rol de Inés, la empleada doméstica que los padres de Diego “contratan” (no le piensan pagar; aparentemente, con darle una cama y comida es suficiente). Toda su familia fue asesinada por los terroristas y el ejército, pero dicha noticia no parece afectar la perspectiva de Diego; de hecho, se sorprende cuando la chica no sabe lo que es un sleeping bag (“¡¿en qué planeta vives?!”). Al menos parece estar dispuesto a defenderla cuando sus amigos la fastidian y la insultan, aunque claro, se ofende cuando insinúan que a él le gusta; después de todo, “es una chola”.

Resulta casi imposible empatizar con personajes así, lo cual convierte a “Gen Hi8” en una experiencia admirable, pero difícil de disfrutar. Se trata de un filme que revela (o redescubre) muchas verdades sobre nuestra sociedad, y sobre una generación noventera que prefería vivir alienada, con la cabeza en realidades ajenas a la propia (uno de los chicos, por ejemplo, habla en spanglish y menciona su viaje a Los Ángeles cada vez que puede). Dicho rechazo a lo propio se hace evidente en una escena en la cocina de Diego, donde los chicos comienzan a fastidiar a Inés; su miedo, su rechazo, es similar al que ella sentiría frente a la gente que mató a su familia. El terror y la discriminación no vienen desde fuera, como a estos adolescentes les gustaría creer; por más que no estén conscientes, viene de nosotros mismos.

Lo más destacable de “Gen Hi8”, fuera de su narrativa, está en su estilo visual. La cinta es presentada a través de imágenes dentro de un televisor CRT —una pantalla dentro de una pantalla. La imagen tiene cualidad de VHS, y aunque “Gen Hi8” no se considera a sí misma como parte del movimiento found footage (no se da a entender que hay alguien siempre filmando dentro de la ficción), definitivamente apela por una estética cruda, realista, que nos remonta a la década del 90. Esto le otorga una verosimilitud palpable al filme que convierte a muchas escenas en momentos verdaderamente incómodos.

Siendo los protagonistas un grupo alienado, lleno de masculinidad tóxica y actitudes agresivas (parecen ser incapaces de estar más de cinco minutos sin insultarse, sin decir groserías, sin hablar de sexo o sin cuestionar la masculinidad del otro), no debería sorprender el que el rol de la mujer en “Gen Hi8” sea tan atrasado. A Inés ya la hemos mencionado, pero cabe mencionar a Marissa, la única chica dentro del grupo de amigos, quien es deseada prácticamente por todos. Diego, al menos, trata de relacionarse a ella de manera amable y tradicionalmente romántica, pero el resto… bueno, digamos que “Gen Hi8” incluye una escena de violación (fuera de cámara) que sirve como la culminación del desarrollo de una subcultura juvenil chauvinista y represora. Nada mejor podíamos esperar, supongo, de un grupo de chicos que hablan de las mujeres como si fueran pedazos de carne, y cuyo primer instinto, al verlas borrachas, es mirarles el cuerpo y tocarlas.

Las actuaciones no podrían considerarse, necesariamente, como “profesionales”, pero son lo suficientemente naturales y “sueltas” como para complementar a la estética verosímil de la película. Andrés Mesía es un poco tieso como Diego —aunque, considerando la inherente timidez del personaje, esto no se siente tan fuera de lugar—, y Ximena Luna es carismática como Marissa. El resto de chicos, incluyendo a Howard Ruiz (Paco), Vasco Rodríguez (Gino), Gerardo Vásquez (Lucho), Aaron Picasso (Tony) y Jhoan Mendoza (Miguelín, el gordito que uno encuentra en todo grupo), dan actuaciones realistas, en donde buena parte del diálogo parece haber sido improvisado (o al menos recitado al estilo de cada actor).

He escuchado comentarios sobre “Gen Hi8” donde mencionan que podría considerarse como una película de terror. Considerando la manera en que se va desarrollando la narrativa, esto no está tan alejado de la realidad. Puede que, inicialmente, “Gen Hi8” parezca estar mostrándonos anécdotas de verano románticas y graciosas, pero mientras uno va metiéndose en el mundo de Diego y sus amigos, se va dando cuenta de lo que profundamente dañados que están estos chicos. De nostálgico o romántico no tiene nada; ¿reprochable, deprimente, o tóxico? Esos son términos más apropiados para describir a estos personajes y sus experiencias. “Gen Hi8” le quitará los “lentes de nostalgia” a más de uno, y los hará reflexionar sobre un pasado violento y, por momentos, no tan diferente a lo que todavía se vive hoy en día.

 

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